Lo que nos llevo a una guerra civil

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 Autor: Galland, 30/May/2005 01:47 GMT+1:




El fin de la dictadura creó otra situación de vacío. No había lugar para volver al viejo sistema de la Restauración, definitivamente en crisis desde 1917, y tampoco se habían creado estructuras sobre las que constituir una forma de hacer política. De este modo se fue imponiendo la idea de que no quedaba más salida que un cambio de régimen. 

El rey intentó entonces abrir un período constituyente tras un retorno gradual a la política de partidos. Mientras se desarrollaba esta etapa transitoria (1929-1931), a cuyo frente estuvieron, como presidentes del gobierno, el general Dámaso Berenguer (1873-1953) y el almirante Juan Bautista Aznar (1860-1933), los políticos republicanos acordaron dejar de lado sus diferencias y colaborar para derribar la monarquía (pacto de San Sebastián, 1930). La causa republicana iba ganando los más diversos ambientes, y ello tuvo un reflejo en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Aunque el total de concejales republicanos fue poco más de la cuarta parte de los monárquicos (6.000 contra 22.000), la fuerza de los republicanos en las grandes ciudades decidió el cambio de régimen, y se lanzaron a la calle reclamando la proclamación de la república. El cambio de régimen se consumó pacíficamente el 14 de abril. Alfonso Xlll partió para el destierro, no sin antes resignar su autoridad en las Cortes, y fue nombrado presidente de la Segunda República española Niceto Alcalá Zamora (1877-1949). 

La República fue acogida con júbilo y esperanza por gran parte del país, pero su trayectoria no tardó en malograrse. La legalidad republicana fue sistemáticamente violada y nadie pareció sentir la responsabilidad de consolidar un régimen democrático para todos, antes de dirimir sus intereses particularistas. La derecha era antirrepublicana y esperaba la ocasión de acabar con el régimen. Para la Iglesia significaba el triunfo del anticlericalismo militante, de lo que ya tuvo una buena muestra el mismo 14 de abril, cuando fueron incendiadas iglesias en el centro de Madrid. Los intelectuales, que por esta época gozaban de notable prestigio, eran en su mayoría republicanos, pero al poco de implantarse el nuevo régimen empezaron a mostrar abiertas reticencias contra él, decepcionados por el ambiente tormentoso de las Cortes y, sobre todo, por el deterioro del orden público. 

Para los anarquistas, la fuerza más influyente sobre la clase obrera, el cambio había sido la mera sustitución de un poder burgués por otro, y recomendaban abstenerse. Los socialistas, para hacerse perdonar su colaboración con la dictadura y para ganarles la partida a los comunistas, sobre todo después de la rebelión de Asturias (1934), se declaraban revolucionarios y señalaban a Rusia como su modelo. Nada más instaurarse la república, el ex coronel Francisco Maciá (1859-1933), jefe del catalanismo de izquierda, proclamó a su vez el Estado catalán. La Constitución de 1931 se aprobó el 9 de diciembre a toda prisa ante los problemas de disciplina republicana. Estaba basada en la de Weimar y se presentaba como un marco moderno, cómodo y comprometido con el respeto más amplio de las libertades. Siguió el llamado bienio azañista (1931-1933), en el que al frente del gobierno se colocó el prestigioso intelectual Manuel Azaña Díaz (1880-1940), un liberal de izquierdas que sería el segundo y último presidente de la República (1936-1939). Fue un período reformista y conciliador, que buscó la colaboración con otras fuerzas políticas. 

La pésima aplicación de la reforma agraria, a la que los socialistas intentaban aportar criterios colectivistas, generó tal descontento, que se produjeron graves revueltas campesinas. En 1932 se dotó a Cataluña de un Estatuto de autonomía, y poco antes había estallado una intentona militar para restaurar la monarquía. La encabezó el general José Sanjurjo (1872-1936), y concluyó en fracaso. La política progresista y abiertamente anticlerical de Azaña alarmó a las derechas, que, en vista de la imposibilidad de derribar la República por la fuerza, decidieron entrar en el juego democrático. Se organizaron principalmente en torno a la CEDA, una confederación de partidos de ideología inconcreta y modos de hacer fascistoides, a cuyo frente se hallaba José María Gil Robles (1908-1980). 

El que algunos han llamado "bienio negro", que se prolongó de noviembre de 1933 a febrero de 1936, llevó al gobierno al corrupto y ambiguo Partido radical, encabezado por Alejandro Lerroux (1864-1949), y se añadieron a él algunos ministros de la CEDA. Las izquierdas reaccionaron de inmediato, incluido el anarquismo, que había fomentado la abstención y propiciado con ello el triunfo de la derecha. Por otra parte, surgieron grupos abiertamente fascistas, y unos y otros llevaron la lucha a las calles, contribuyendo al deterioro del orden público. El país fue polarizándose cada vez más, y la República siguió sufriendo erosiones de quienes más cabía esperar que la defendieran. En Cataluña, e! sucesor de Maciá 21 frente de la Generalidad, Luis Companys (1883-1940), de Esquerra Republicana, proclamó unilateralmente la República catalana (5 de octubre de 1934), manifestando su disposición a permanecer en una estructura federal del Estado español, lo cual no estaba contemplado en la Constitución. El intento fue reducido por el ejército. 

Muy grave fue el levantamiento de Asturias (octubre de 1934), donde una huelga en principio pacífica degeneró en un levantamiento revolucionario cuando la UGT, que controlaba la fábrica de armas de Trubia, armó a las masas. Estas se apoderaron de una parte de la región, incluido Oviedo, y el ejército necesitó quince días para reprimir el movimiento. No se ahorraron crueldades por ninguna de las partes. La revuelta de Asturias supuso un alza del papel de los comunistas, que protagonizaron una denodada resistencia. 

La inoperancia del gobierno de centro-derecha y su manifiesto desprestigio precipitaron el triunfo del Frente popular en las elecciones de febrero de 1936. Era aquél una unión de partidos de izquierda a la que incluso se añadió el rnoderado Azaña. De inmediato se deterioró la paz pública, y los extremistas multiplicaron atentados y desmanes. Sólo unas pocas zonas del país entre ellas Cataluña se mantuvieron relativamente en paz. Pese a todo, el gobierno creía controlar las fuerzas del orden, pues había colocado a hombres adictos en los puestos clave. Sin embargo, poco a poco se iba tejiendo una red conspiratoria que fue comprometiendo a más y más personalidades de derechas y a militares, convencidos todos de la inminencia de una revolución comunista. Concebido el movimiento, en principio, como una reconducción de la situación, sin propósito de crear un Estado nuevo, coordinaba los preparativos el general Emilio Mola Vidal (1887-1937), y debía ponerse al frente, una vez hubiera triunfado, el general Sanjurjo, por entonces exiliado en Portugal. Al parecer, el levantamiento había de producirse más tarde, pero lo precipitó el asesinato de José Calvo Sotelo (13 de julio de 1936). 

Era éste el dirigente del Bloque Nacional (réplica, muy desvaída, del Frente Popular y de carácter monárquico) y ex ministro de la dictadura. Este crimen, perpetrado por la policía como supuesta represalia de un crimen anterior, galvanizó a las derechas y empujó a no pocos indecisos. El 17 de julio de 1936 se proclamó en el norte de Africa el que luego se llamó Alzamiento Nacional. El 18 había triunfado en varias provincias, y en las que no triunfó, tampoco puede decirse que ganara la República, que ya había perdido el control del orden público: o bien los alzados se habían organizado mal, o las milicias populares (anarquistas, sobre todo) desbarataron sus planes. Comenzó así una guerra civil que duró tres años y produjo más de 500.000 muertos y un sinfín de crueldades en ambos bandos. La muerte de Sanjurjo al poco de iniciarse el conflicto, y la evidencia de que no se trataba de un simple golpe, sino que se anunciaba una guerra larga, movieron a los generales que componían la Junta de Defensa a designar a uno de ellos como jefe supremo (1 de octubre de 1936). El nombramiento recayó en el más joven y prestigioso, Francisco Franco Bahamonde (1892-1975). 

Este se había sumado a última hora a la conspiración, pues no estaba seguro de su viabilidad, y se había encargado de levantar al ejéreito de Africa. El gobierno conservó Madrid, casi todas las grandes ciudades y las zonas industriales. También tuvo con él la marina y la aviación. Los que se llamaron a sí mismos nacionales buscaron y obtuvieron ayuda en Alemania e Italia, lo que les movió a teñir de fascismo el naciente régimen, y a rodear a su jefe del culto a la personalidad inherente a los totalitarismos en boga. Sin embargo, el origen de las fuerzas que apoyaban a Franco era heterogéneo dentro de un denominador común derechista , y nunca existió voluntad de constituir un sistema con un partido único fuerte. 

El régimen adoptó la liturgia fascista y los modos de hacer de Falange Española, un partido fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), hijo del dictador, y que siempre tuvo carácter minoritario. El régimen no se basó, pues, en un partido único que actuara como vínculo entre el Estado y el pueblo, sino que Falange fue una organización de encuadramiento para el control político de la sociedad. La esencia del franquismo fue un sistema autoritario, personalista y centralista, apoyado en última instancia en el ejército y no en una organización política. A partir de 1937, los alzados dejaron de considerar España como una especie de gigantesco cuartel, sin base jurídica, para formar un Estado que habría de pervivir oficialmente hasta 1977. En los primeros meses de la guerra, los nacionales avanzaron sin detenerse hasta dominar el oeste de la Península y conquistar buena parte del Norte. El gobierno se fue replegando a Levante, y hacia finales de 1936 ambos bandos ocupaban sendas mitades del suelo español. El siguiente paso fue tratar de cortar el territorio republicano en dos, en lo que fracasaron los nacionales, ante la resistencia de las Brigadas internacionales (compuestas por voluntarios antifaseistas de varios países) y la inoperancia de las tropas italianas enviadas por Mussolini. Para entonces, el conflieto se había internacionalizado plenamente, y si Alemania e Italia prestaban abierta ayuda a Franco, las democracias occidentales se atenían a una política de no intervención que dejó inerme a la República y la arrojó en brazos de la Unión Soviética, que prodigó su ayuda en material y en consejeros. 

Con ello, la zona republicana se convirtió realmente en "zona roja". Los nacionalistas completaron la conquista del Norte en el verano de 1937, incorporando la zona industrial vizcaína, y en 1938 lanzaron una gran ofensiva que, en agosto, les permitió llegar al Mediterráneo, partiendo finalmente la zona republicana en dos. 

En diciembre rompieron el frente de Cataluña e iniciaron el avance hacia la frontera francesa. Las fuerzas de la República sueumbieron tanto por la superioridad del adversario euanto por la desorganización e ineptitud de sus responsables, y por el desgaste que supuso anteponer la lucha entre facciones al interés general de ganar la guerra. Frente a esta situación, los nacionalistas ofrecieron en todo momento una imagen de eficacia, buena organización y unidad. La población, bien abastecida, mantuvo alta la moral, mientras que en la zona republicana no faltaron las muertes por inanición. Madrid fue conquistado al término de la guerra, y Franco firmaba el parte de la victoria el 1 de abril de 1939.

 


Patricia1
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Auxilia
Desde: 22 Mar 2012

¿ Es que nadie en este país se pregunta qué hubiera pasado si los Republicanos hubieran ganado ?

¿ Seriamos un satelite de la URSS ?

 


Patricia

Patricia1
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Auxilia
Desde: 22 Mar 2012

¿ Es que nadie en este país se pregunta qué hubiera pasado si los Republicanos hubieran ganado ?

¿ Seriamos un satelite de la URSS ?

 


Patricia

Buenaventura66
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Centurion
Desde: 22 Mar 2011

¿Por qué?.

SALUDOS.