Enrique Granados y el fin de la guerra submarina en la I Guerra Mundial
Pantaleón Enrique Joaquín Granados y Campiña nació en la ciudad de Lérida el 27 de julio de 1867. Su padre, Calixto Granados Armenteros, era capitán en el ejército sirviendo al mando de la 5a compañía del primer batallón en el regimiento Navarra número 25 y estaba casado con Enriqueta Elvira Campiña. Fue durante un breve destino en la ciudad de Lérida, alojados en la calle Marqués de Tallada nº 1, cuando nació el pequeño Enrique.
![]() |
|
Pantaleón Enrique Joaquín Granados y Campiña. |
La familia se instaló en Barcelona y es allí donde el niño empieza a estudiar piano en la Escolanía de la Merced con Francisco Jurnet, profesor de limitadas habilidades. Posteriormente pudo recibir lecciones de Juan Bautista Pujol quien era considerado el mejor profesor de piano de Barcelona y estaba desarrollando por entonces una nueva técnica con la que preparó a una generación de músicos entre la que se incluyó a Albéniz, Vidiella, Malats y el propio Granados.
A pesar del patronazgo de Conde, la posibilidad de ampliar sus estudios en Paris y la necesidad de conseguir dinero para ello le obligaron a volver a tocar el piano en los cafés de Barcelona, en concreto en el Café Filipino. Durante unos meses tuvo que aguantar varios trabajos para pode adquirir los fondos suficientes para, en septiembre de 1887, poder partir para Francia.
El conservatorio de música de Paris no aceptaba admisiones de estudiantes mayores de veinte años y por entonces Enrique Granados contaba con veintidós. Durante toda su vida mantuvo que él había sido admitido pero que sufrió un brote de fiebre tifoidea que le impidió presentarse a los exámenes de ingreso por lo que decidió tomar clases particulares con Charles de Bériot [1] hijo del violinista del mismo nombre y de la cantante García Malibrán, “La Malibrán”.
En 1889 Enrique regresa a Barcelona. Los estudios realizados junto con los contactos y amistades de jóvenes promesas de la envergadura de Albéniz, Ravel, Debussy y Ducas le abren un nuevo campo de interpretación.
Después de unas breves actuaciones semiprivadas, hará su primera interpretación pública el 20 de abril de 1890 en el Teatro Lírico de Barcelona interpretando piezas de Chopin, Mendelssohn, Séller, Bizet y de su propia autoría como Serenata española, hoy desaparecida, Arabesca y algunas Danzas españolas. Tanto la calidad de la interpretación como la de sus propias composiciones levantaron criticas muy favorables y fueron muy aplaudidas por el público.
En abril de ese año, durante un viaje a Valencia a casa de unos amigos de su padre, la familia Carbajosa, Enrique interpretará distintas piezas para los amigos de sus anfitriones. En una de estas veladas se encontraba entre los invitados un adinerado empresario de nombre Francisco Gal y Sabater con su esposa y dos hijas: Amparo y Paulita. Enrique se fijó en Amparo y su atención fue correspondida. A pesar de la diferencia social entre ambas familias, se aprobó el enlace que se llevó a cabo en la iglesia románica de San Pedro de las Puellas el 7 de diciembre de 1892.
El 28 de julio de 1894 nació el primero de sus hijos a quien bautizaron con el nombre de Eduardo, en atención al protector de Granados, el empresario Eduardo Conde. Cinco hermanos más acompañarían al pequeño Eduardo: Soledad nació en 1896, Víctor en 1899, Natalia en 1900 y Paquito en 1902.
El dinero será siempre su gran preocupación y esta necesidad le llevará a interpretar en cuanta ocasión le era posible. Lo curioso es que por personalidad, Granados, era un tremendo perfeccionista lo que le conducía a una inseguridad patológica previa a sentarse frente al piano. Ello dio lugar a conocidas anécdotas sobre el carácter neurótico del músico.
A partir de 1890 surge el Enrique Granados compositor aunque ya antes había compuesto pequeñas piezas como algunas de sus Danzas españolas, que completará a lo largo de la década, pero será su zarzuela María del Carmen, con letra de José Feliú y Codina, la que le dará renombre hasta el punto de que la Reina Regente firmaría el 9 de enero de 1899 la concesión de la cruz de Carlos III. A esta zarzuela le seguirán Allegro de concierto, Escenas románticas para piano, Dante, poema sinfónico, Tonadillas, Goyescas, etc.
![]() |
|
Ernest Schelling.
|
En noviembre de 1912 Enrique Granados conocerá al pianista norteamericano Ernest Schelling, quien tendrá un importante papel en el éxito internacional de Granados.
El norteamericano intervendrá como mediador con la firma editorial Schirmer de Nueva York consiguiendo un contrato por dos años con un adelanto de 6.000 francos franceses sobre sus derechos de explotación. Schelling, además, introduciría la obra de Granados en su repertorio dándole un empuje internacional. Así Goyescas tuvo una premier en Londres interpretada por Schelling en diciembre de 1913. Consiguió que el Dante entrara dentro de las piezas a interpretar en septiembre de 1914 por parte de la Queen´s Hall Orchestra y cuando Granados le comunicó que estaba transformando Goyescas en una ópera, inmediatamente Schelling sugirió una premier mundial en Estados Unidos y se puso en contacto con varios directores de allí. Las negociaciones fructificaron y se concretó en una presentación mundial de la ópera Goyescas en el Metropolitan Ópera de Nueva York en enero de 1916.
El 30 de noviembre de 1915 Enrique y Amparo embarcaron en el “Montevideo” de la Compañía Transatlántica Española. El viaje, que se desarrolló sin novedad, fue una tortura para el compositor quien sufría de un pánico cerval al mar agravado por los peligros a los que se exponían al poder ser torpedeados por un submarino, arma revolucionaria cuyos efectos estaban exponiéndose con toda crudeza a lo largo del conflicto.
Arribando el 15 de diciembre a la ciudad de Nueva York, Granados se encontró con que no era un desconocido para el público norteamericano. Schelling, junto con el pianista George Copeland, había interpretado partes de Goyescas y Danzas españolas para un público selecto pero entusiasta. En el anterior noviembre, la sinfónica de Chicago había dado la premier norteamericana de su obra Dante. A los pocos días de llegar, Granados interpretó varias piezas junto al violonchelista Pau Casal en el Hotel Ritz-Carlton. El 28 de enero tuvo lugar la premier de la ópera con gran éxito de público y de crítica. A pesar de ello, la función solo sería representada cuatro veces más, el motivo de ello se achacó a la pobreza del libreto que contrastaba lastimosamente con la brillantez de la música. El mes de febrero continuó con una interminable relación de actos sociales, conciertos, cenas, etc.
![]() |
Partitura de la Ópera "Goyescas" y reseña de La Vanguardia sobre el éxito de su estreno en Nueva York. |
Inicialmente, el matrimonio tenía pensado partir a finales de febrero para estar en Paris el día 15 de marzo y poder asistir a un concierto en beneficio de los heridos de guerra pero una invitación de última hora para tocar en la Casa Blanca para el presidente Wilson y su familia cambiaría los planes. Se aconsejó a Granados y a su esposa que embarcaran en el paquebote “Antonio López”, que partía de Nueva York a Barcelona sin escalas siendo este viaje más recomendable por tratarse de un navío neutral. Como fuera que eso suponía perder las reservas que se tenían para el “S. S. Rótterdam” de la Holland America Company y el dinero de la misma se decidió el embarque el día 11 de marzo [2].
La pareja permaneció durante algunos días en Londres como invitados del escultor Ismael Smith. Continuando su viaje, el 24 de marzo de 1916 embarcaron en el vapor Sussex con destino a Dieppe.
Travesía fatídica
El vapor Sussex, que hacía la línea Folkestone – Dieppe, era un viejo lobo de mar de 1353 toneladas de registro bruto que había sido botado en el no tan lejano, año de 1896 en los astilleros de W. Dennis and BROS, Dumbarton, Reino Unido. Vendido a la compañía francesa Chemins de Fer de l´État Français, que se encargaba de la explotación de la línea, fue inmediatamente puesto a navegar. Se encontraba bajo el mando del capitán Mouffet quien era asistido por otros 52 tripulantes para gobernar el barco y atender a los 325 pasajeros de los cuales setenta y cinco eran norteamericanos [3]. Otros autores hablan de hasta quinientos pasajeros pero parece claro que esto fue una exageración de los periodistas que pasó a crónicas menos documentadas. El barco contaba con seis botes salvavidas con capacidad para unas 184 personas, 22 balsas salvavidas de diferentes tamaños con una capacidad aproximada de 264 personas. A esto había que añadir 810 chalecos salvavidas repartidos a lo largo de la cubierta, algunos de ellos en bastante mal estado.
![]() |
|
Vapor Sussex haciendo su entrada en el puerto de Dieppe.
|
El Sussex partió del puerto de Folkestone a la 1: 25 horas de la tarde. Se trataba de una navegación normal, el capitán Henri Mouffet la había realizado cientos de veces tanto en tiempo de paz como en guerra. Como ése era el caso en esos momentos, la travesía duraría el doble de tiempo ya que, por prudencia, se navegaría en zigzag con frecuentes cambios de rumbo lo que suponía que la duración del viaje se cifrase en cuatro horas. El Sussex no transportaba armas ni material bélico ni tropas y, por otro lado, era una travesía que nunca había sido atacada por parte de los sumergibles alemanes, por lo que no llevaba escolta alguna. Los pasajeros que se encontraban a bordo formaban un curioso grupo, mezcla de civiles franceses e ingleses, familiares que viajaban para visitar a algún soldado herido, enfermeras que volvían a sus hospitales tras disfrutar de un permiso, oficiales belgas en uniforme de campaña que volvían de una pequeña “escapada” a la isla, Enrique Granados y su esposa Amparo y el periodista del New York Sun, Edward Mash junto a un número de compatriotas suyos.
Entre estos últimos, se cuenta con el testimonio de dos de ellos el cual ha sido recogido por la historiadora británica Lyn Macdonald quien ha pasado más de treinta años entrevistando y grabando cuidadosamente testimonios de veteranos de la Primera Guerra Mundial, reuniendo un fondo documental inapreciable, ahora con más motivo pues, recientemente, ha fallecido el último Tommy [4].
Los testimonios son de Daniel Sargent de Wellesley, Massachussets, quien viajaba para incorporarse en el Servicio Americano de Campaña y prestaba labores de asistencia médica en el frente. Sargent había sido destinado a la tercera sección de ambulancias para sustituir a un compatriota, Richard Nelville Hall de Ann Arbour, Michigan, quien había muerto a consecuencia de la explosión de un proyectil mientras transportaba a un herido.
Entre los norteamericanos, pero apartada de los grupos, estaba la señorita V. C. C. Collum. Volvía de un permiso tras un año sirviendo en el Hospital de la Asociación de Mujeres Escocesas, creada por la Dra. Elsie Inglis y formada íntegramente por personal femenino de la más alta cualificación académica. Ésta se enfrentó, con gran éxito, al reto de dirigir un hospital, aunque posteriormente fueron varios más, dentro de una disciplina militar dirigida y dominada por los hombres como es la guerra y luchando contra los prejuicios de la época. La señorita Collum por entonces volvía al hospital de Royaumont, donde estaba destinada.
Eran las 2: 50 PM. El primer turno de comedor había terminado y el segundo turno estaba en pleno almuerzo. Miss Collum paseaba por la cubierta junto a la amura de babor mientras el señor Sargent se encontraba con un amigo suyo por la popa andando y charlando sin un propósito definido. En ese momento el capitán Mouffet, que se encontraba en el puente de mando junto con el segundo oficial y el contramaestre, vio la estela característica de un torpedo que se aproximaba desde unos ciento cincuenta metros. Rápidamente se dio la orden de parar maquinas y de virar todo a estribor pero el torpedo impactó en torno a los ocho segundos de su avistamiento [5]. El capitán, posteriormente, calculó su velocidad en unos treinta y seis nudos.
El impacto en la amura de babor y la explosión de la carga del torpedo arrancó la proa partiendo el barco.
![]() |
Fotografía del UB-29 y esquema de submarino Tipo UB-II. |
Testimonio de la señorita Collum
“Estaba en la cubierta justo en el punto donde el torpedo partió en dos al Sussex. Hubo una explosión terrorífica y lo siguiente que sentí fue la sensación de ser arrojada por los aires. Fui lanzada a la cubierta superior. Cuando recobré el sentido, vi el cadáver de una mujer, un trozo de “algo” horrible se encontraba cerca de mí y un hombre se asomaba junto al pescante de un bote salvavidas. Cogió un chaleco salvavidas de alguna parte y se lo puso. Conseguí acercarme hasta él. Temporalmente había perdido el habla y el oído debido a la explosión. Le señalé el chaleco y a mí misma. Sacó otro, no sé de dónde, y me lo puso. Después se asió a uno de los cabos y se deslizó por él hacia el bote salvavidas... yo estaba decidida a hacer un esfuerzo por salvarme por lo que seguí a aquel hombre” [6].
El esfuerzo de la señorita Collum tuvo mucho más mérito de lo que parece a primera vista. La explosión le había producido graves heridas internas así como una gran brecha en la cabeza y otra herida en el mentón. No es de extrañar que su aparición en el bote levantara consternación ya que su aspecto debía de ser más de un muerto que de un vivo.
Cuanto a la explosión, pilló de lleno al comedor de primera clase matando instantáneamente a cuantos se hallaban en él.
El señor Daniel Sargent, quien tuvo la suerte de no presenciar los hechos desde tan cerca, se encontraba en la popa cuando el barco fue alcanzado por el torpedo junto a Tingle Culberston, otro norteamericano que prestaba servicio en un hospital de campaña de la misma organización en la que estaba Sargent.
“Al principio sentíamos un poco de envidia de aquellos que estaban en los botes salvavidas. Culberston y yo estábamos charlando en la popa cuando el torpedo impactó. Fue como si hubiera chocado con el peñón de Gibraltar, una explosión tremenda y toda la parte de delante del barco desapareció por los aires. El ruido era tremendo, la gente gritaba y un sonido ensordecedor brotaba del vapor que salía del barco. Estábamos empapados por las nubes de vapor pero ilesos. Donde nos encontrábamos nadie había resultado herido. Desde los altavoces avisaron que las mujeres y los niños fueran hacia los botes salvavidas y que los demás deberíamos buscar chalecos salvavidas. Así lo hicimos y Culberston y yo permanecimos junto a la barandilla mirando a la gente en los botes y pensando que pronto todo iría bien. Entonces vimos que la mayoría de los botes estaban dañados y empezaban a hundirse y que no había miembros de la tripulación en ellos para manejarlos. Uno de ellos volcó y cuantos iban a bordo murieron ahogados... Culberton no parecía preocupado en absoluto. El tenía su cámara y había empezado a sacar fotografías. Disparó a toda la gente que se apiñaba junto a nosotros, a los botes salvavidas y a la gente que iba en ellos. Me dijo: “Tenemos que bajar. Yo tomaré algunas fotos del barco desde un bote salvavidas porque si se hunde y nosotros nos salvamos valdrán dinero”... Se me ocurrió que era muy extraño ya que el dinero era lo último en lo que estaba pensando en ese momento. Se me ocurrían otras cosas. Pero Culberton era un autentico norteamericano en el sentido comercial. Y lo más impresionante era que algunas personas aparecían sonriendo a la cámara mientras las fotografiaban... Estaba viendo a Granados, el compositor español. Lo conocía ya que habíamos viajado juntos desde Estados Unidos a bordo del “Rotterdam” y se encontraba a bordo del Sussex de camino de vuelta a España. Estaba su esposa con él, fue muy triste. Ella era una mujer muy obesa – debía de pesar unos 120 kilogramos – y no pudo subir a uno de los botes salvavidas. No quiso partir sin ella prefiriendo permanecer juntos hasta el final. De alguna manera consiguió subirla sobre una balsa, una balsa muy pequeña. Nunca olvidaré la imagen de ella arrodillada sobre la balsa, la más atroz visión que nunca haya tenido. Granados se asía a la balsa intentando izarse mientras ésta se bandeaba. Le vi resbalar sobre ella y hundirse. Fue espantoso”.
La atención de Sargent se desvió a otros náufragos que luchaban por achicar los botes y cuando volvió la vista hacía la balsa ya no había nadie sobre ella.
La explosión del torpedo dañó la antena de la radio, que tardó un par de horas en ser reparada, y, cuando se consiguió, los nervios debieron traicionar al radiotelegrafista que confundió las coordenadas al emitir el mensaje de socorro por lo que la primera nave que consiguió acercarse, el destructor francés Marie Therese, lo hizo sobre las 11: 00 PM gracias a que decidió ignorar las coordenadas dadas y siguió la intensidad de frecuencia que le llevó a veinte millas de la zona de búsqueda.
La explosión del torpedo había combado hacia dentro parte del casco del desgraciado buque impidiendo que la mar, que estaba en calma, inundase los compartimentos, lo que hubiera sido fatal para el barco ya que se hubiera hundido sin remedio. Los miles de sacos de correo que transportaban también ayudaron a mantener a flote la ruina que permanecía a merced de las corrientes incapaz de navegar por sus medios. Unas cincuenta personas habían muerto a consecuencia de la explosión o bien ahogadas y otras ochenta se encontraban heridas de diversa consideración. Los supervivientes fueron trasladados a diferentes buques que los llevaron a Dover o a Boulogne, a donde fue remolcado el Sussex.
El atacante y las consecuencias
![]() |
|
Retrato del Oberstleutnant Herbert Pustkuchen.
|
El responsable de la tragedia era un submarino alemán, el UB 29. Éste había sido construido y botado en los astilleros A. G. Weser de Bremen y correspondía a los submarinos de clase UB-II diseñados para ataques costeros. Eran navíos de 36,13 metros de eslora por 4, 36 de manga, con un desplazamiento de 324 toneladas y una autonomía de 6.650 millas en superficie navegando a 5 nudos. Tenían una velocidad de superficie de algo más de nueve nudos por poco más de 5 sumergido. Como armamento llevaba dos tubos lanzatorpedos en proa con una carga de seis torpedos junto con un cañón de 88 mm. con 120 proyectiles para éste.
Fue entregado al Oberstleutnant zur See Herbert Pustkuchen el 18 de enero de ese año. Pustkuchen, a pesar de sus veinticinco años, era un oficial experimentado en el manejo de la nueva arma submarina ya que había estado al mando del submarino UC-5 desde el 6 de agosto de 1915 hasta el 13 de enero de ese año de 1916. El UC -5 no era un submarino de ataque sino un minador, su misión era la colocación de minas en aquellas zonas donde pudiera causar mayor efecto. Así se tienen confirmados que veintisiete barcos fueron alcanzados por ingenios depositados por él. De estos, veintitrés se hundieron y cuatro quedaron severamente dañados con un registro bruto total de unas 27.000 toneladas [7].
A pesar de habérsele entregado el submarino el 19 de enero, Pustkuchen no se encontró plenamente operativo hasta casi dos meses después, una vez que hubo efectuado todas las pruebas necesarias de seguridad y navegación y llevado a cabo las modificaciones que se consideraron oportunas. El 19 de marzo de 1916 Pustkuchen iniciaba la lista de presas con su nuevo submarino que alcanzaría la cifra de treinta y dos, treinta hundimientos confirmados y dos buques dañados. El Sussex sería la quinta víctima del UB – 29.
Está claro que Pustkuchen, a pesar de todo lo que se dijo y se intentó hacer creer después de los hechos, cometió un trágico error. Ese mismo día, unas pocas horas antes, había torpedeado y hundido al vapor Salybia con 3352 toneladas de registro bruto y sin víctimas mortales entre la tripulación y el pasaje. Al contemplar la silueta del Sussex a través del periscopio Pustkuchen lo confundió fatalmente con un buque minador de la marina francesa.
Pronto se fueron acumulando pruebas que demostraban que la culpa de lo sucedido recaía sobre los alemanes. La declaración de unos marineros prisioneros días después de los sucesos confirmaban que se les había comunicado el torpedeamiento de un barco en esa misma posición y los restos del torpedo que se encontraron entre los hierros destrozados del Sussex, algunos de éstos todavía con las marcas de numeración. El Ministerio de Asuntos Exteriores, por medio de su ministro Gottlieb von Jagow, trató de esquivar la responsabilidad en los hechos que, poco a poco, se iban yendo de las manos de los miembros de la diplomacia alemana. La historia de un torpedeamiento a un buque el mismo día, hora y lugar que el Sussex no fue creída por nadie mientras que por otro lado las pruebas materiales eran irrefutables.
![]() |
Restos del Sussex varados en Boulogne-sur-Mer. Se aprecia la total desaparición de la proa. |
Todo este tejemaneje diplomático no podía obviar el hecho de que se había torpedeado un transporte de pasajeros sin relación alguna con el transporte de material militar, al contrario de lo que ocurrió con el famoso “Lusitania” que después se supo que transportaba a bordo munición y material militar que avispadas compañías norteamericanas vendían al Reino Unido y aprovecharon los paquebotes de pasajeros para su transporte.
Durante varios días se mantuvo la esperanza de que el matrimonio Granados se hubiera salvado. Noticias contradictorias se publicaban todos los días en la prensa de todo el mundo. Unos penaban que habían sido trasladados a Inglaterra a bordo de un destructor inglés, otros decían que habían sido llevados a Francia, otros que estaban ahogados, otros que se encontraban bien y en París.
José María Sert, famoso muralista, había intervenido activamente en el apoyo a la causa aliada agilizando los contactos con el estado francés y los industriales catalanes y en esta ocasión intervino como amigo de la pareja desaparecida. Se trasladó a Boulogne, donde se había creado un depósito de emergencia para depositar los cadáveres del Sussex y proceder a su reconocimiento. Sert no pudo encontrar a sus amigos pero sí halló todos sus efectos personales. La cabina del matrimonio no había sido afectada por la explosión por lo que se pudieron recuperar todos sus efectos. ¡Todos no! A su salida de Nueva York fueron despedidos por Schelling y un grupo de amigos y artistas, quienes les hicieron entrega de una copa de plata con la firma de todos [8] junto con la cantidad de 4.100 dólares que habían recolectado para regalárselos, sabedores todos de los apuros económicos del compositor. Ese dinero junto con una bolsa con mil dólares en oro que transportaban no apareció jamás pues en toda desgracia no falta un carroñero que se aprovecha.
La confirmación de la muerte del matrimonio fue poco a poco confirmándose y el impacto de la noticia tuvo efecto mundial. La diplomacia alemana tuvo que aceptar el hecho y se consiguió que aportaran una indemnización a los hijos del matrimonio de 660.000 pesetas y una nota de pública disculpa. A lo largo de todo el mundo se celebraron conciertos y actos de homenaje al compositor y con el fin de recaudar fondos para los huérfanos. Sin quererlo, Enrique Granados y Amparo se encontraron con su muerte en medio de intereses políticos internacionales lo que tuvo como consecuencia que los huérfanos recibieran unos ingresos que de otra manera nunca hubieran tenido.
Consecuencias finales
Ernest Schelling demostró ser buen amigo de Enrique Granados y defendió sus derechos y los de sus hijos frente a los editores que alegaban que a la muerte del compositor éste se encontraba en deuda con ellos. Tuvo una vida llena y plena, falleciendo en su casa de Nueva York a los sesenta y tres años de edad y a los cuatro meses de su segundo matrimonio con una jovencita de veintiún años.
El oficial alemán Herbert Pustkuchen continuó al mando del UB – 29 hasta el 2 de noviembre de 1916, el 18 de ese mes se le entregó el mando del submarino minador UC – 66 con el que continuó su misión hasta que fue hundido el 12 de junio de 1917 en el Canal de la Mancha durante un ataque con cargas de profundidad que provocó la explosión de las minas que llevaba. A lo largo de su carrera hundió 83 barcos con un registro bruto de 106.555 toneladas, 3 navíos de guerra con 2,880 toneladas de registro y dañó otros diez por 38.883 toneladas y un barco de guerra de 3750.
El hundimiento del Sussex tuvo una consecuencia capital en el desarrollo de la guerra ya que el presidente de Estados Unidos de América, Woodrow Wilson, con fecha de 18 de abril de ese mismo año, presentó un ultimátum al gobierno alemán en contra de la política de guerra naval submarina sin restricciones que se había empezado por iniciativa del almirante Tirpitz y que había demostrado una gran efectividad al poner en peligro el aprovisionamiento de Gran Bretaña. Alarmado por la posibilidad de la entrada en la guerra de Estados Unidos, von Jagow forzó la retirada de esta forma de guerra para furia de von Tirpitz. El posterior desarrollo del conflicto obligó a retomar esta forma de lucha en febrero de 1917.
Autor: Fernando Prado Pardo, historiador
________________________________________
NOTAS
[1] Uno de sus discípulos fue el compositor Maurice Ravel.
[2] El hecho de no querer perder el dinero de la reserva, pues era un matrimonio que había pasado grandes estrecheces, dio lugar a una historia por la cual Granados murió por llevar alrededor de la cintura un cinturón lleno de monedas de oro, el dinero que había ganado durante esos meses en Estados Unidos. Esto no es verdad como se verá más tarde.
[3] Datos extraídos del informe elaborado por el contralmirante Grasset y publicados por el New York Times con fecha de 20 de abril de 1916.
[4] Nombre popular del soldado inglés. Fue el duque de Wellington quien bautizo al soldado raso con el nombre genérico de Tommy Atkins.
[5] New York Times, 20 Abril 1916.
[6] Macdonald, Lyn. The Roses of No Man´s Land. Penguin, Londres 1980. Pág. 144.
[7] Información extraída de la página web www.Uboat.net [Última consulta: noviembre 2009]
[8] Actualmente se encuentra en el Museo de Música de Barcelona.
- Inicie sesión o regístrese para enviar comentarios