1710: El mano a mano entre Felipe de Anjou y Carlos de Austria
En el marco de la Guerra de Sucesión Española, el año de 1710 iba a ser especialmente intenso en el frente español. Si en los años anteriores apenas había habido 2 batallas relevantes -Almansa y la Gudiña-, en éste se iban a suceder los enfrentamientos con varios cambios de fortuna inesperados y la activa presencia de los dos monarcas rivales. Felipe de Anjou estuvo cerca de perder su corona, pero a finales de año el destino parecía haberse vuelto contra el archiduque Carlos de Austria.
Situación de los contendientes
Negociaciones de paz
La Guerra de Sucesión Española se llevaba disputando desde 1701, con una clara ventaja en los últimos años de las potencias aliadas que apoyaban las pretensiones del archiduque Carlos. Victoriosos por un lado en el frente de Flandes y habiendo caído Italia en manos austriacasi, el único sitio donde los Borbones mantenían su ascendiente era en el propio frente peninsular donde el dominio de Carlos se reducía a Cataluña.
El trasfondo de la campaña militar serían las negociaciones paralelas que tendrían lugar en Geertruidenberg (Holanda) entre los enviados de Luis XIV - rey de Francia - y los de las potencias aliadas. Ya en el año anterior se había estado cerca de negociar la paz, ya que con una Francia al borde del colapso económico y militar Luis XIV había estado dispuesto a aceptar casi cualquier precio por obtener la paz. Sin embargo las exigencias aliadas eran demasiado humillantes y no se había llegado a un acuerdoii. Francia había conseguido a duras penas esquivar el golpe letal en 1709iii, pero seguía sin poder resistir la presión por mucho más.
Luis estaba dispuesto a ofrecer a los aliados varias de sus preciosas conquistas (Lille, Estrasburgo...), demoler las defensas de Dunkerque y ceder Newfoundland, abandonando a su nieto Felipe a sus propios medios en España e incluso los enviados franceses insinuaron la posibilidad de subsidiar a los aliados en su esfuerzo por expulsar a Felipe de España.
El problema entre los aliados era que no se acababan de poner de acuerdo en las condiciones para llegar a una paz y al final siempre acababan exigiendo lo máximo. Curiosamente uno de los principales escollos para negociar la paz con Francia era Holanda que era quien deseaba más fervientemente la paz por el tremendo coste en recursos y hombres que le habían supuesto los años de guerra. La postura de Holanda era que la paz debía incluir a España, resolviendo de una vez por todas la cuestióniv. En su opinión se podía compensar a Felipe de Anjou con un reino en Sicilia y Cerdeña. Austria no quería ni oír hablar de partir la herencia de su candidato y aun menos cuando Holanda exigía por su parte la entrega de fortalezas (y de los recursos para financiarlas) en los Países Bajos habsburgos para formar una “Barrera” que la protegiera en el futuro de la borbónica Francia; pero en cambio si le parecía buena idea una paz separada con Francia. Por su parte Inglaterra estaba un poco entremedio de ambos ya que había negociado concesiones tanto con Holanda como con Austria; el partido whig gobernante era partidario de continuar la guerra, aunque no hubieran visto mal una paz separada con Francia o una compensación a Felipe de Anjou con la entrega de Sicilia, ya que la oposición interna a la guerra empezaba a arreciar.
Debido a la falta de acuerdo entre los aliados, sus exigencias seguían siendo una paz general e indivisa con la entrega total de todas las posesiones españolas al archiduque Carlos, algo a lo que ni Luis XIV ni mucho menos su nieto estaban dispuestos. Luis XIV sólo aceptaría promover una paz general si a Felipe se le compensaba con los territorios italianos y con Flandes. Y por su parte Felipe estaba dispuesto a aferrarse al trono de España, pasase lo que pasase.
Las negociaciones que habían empezado en Marzo, se dieron por finiquitadas en Julio.
Los pretendientes:
Izquierda: 1701 - Felipe, duque de Anjou (1683-1746), Felipe V para los borbónicos. Lienzo de Hyacinthe Rigaud .
Derecha: 1706/7 - Archiduque Carlos de Austria (1685-1740), Carlos III para los austracistas. Museu Palau Mercader dels Comtes de Bell-Lloc (Cornellá).
Fuente: Wikimedia Commons.
Preparativos militares
Las difíciles negociaciones no hacían sino poner de manifiesto el hecho de que el dominio casi total de Felipe de Anjou sobre España, hacía complicado tratarle como si fuera meramente un candidato al trono. De hecho para 1710, los aliados ya habían decidido dar una mayor prioridad al frente peninsular, mientras que por su parte Felipe deseaba reducir el ultimo bastión austracista. La importancia que se dio a la campaña de este año queda reflejada en el hecho de que cada bando consideró conveniente que tanto Felipe como Carlos acompañaran a los respectivos ejércitos.
Fuerzas borbónicas
La salida de las tropas francesas de España supuso que Felipe tuvo que recurrir al pueblo, solicitándole nuevos sacrificios en hombres y dinero para poder formar un ejército potente. La apelación tuvo éxito, formándose y equipándose numerosas nuevas unidades. Además se dio la buena fortuna de que por un lado la cosecha de 1709 había sido buena y que en Febrero consiguió arribar la Flota (del Tesoro) de Nueva España, a pesar de la fuerte presencia naval aliada. Para 1710 el ejército borbónico era uno de los ejércitos más numerosos que había llegado a reunir España en su propio suelo en los últimos siglos.
Sin embargo los nuevos batallones de infantería eran todavía muy frágiles como se iba a demostrar a lo largo de toda la campaña. La infantería iba a tener un pobre rendimiento salvo las unidades españolas más veteranas, las de los guardias y los recién repatriados batallones flamencos. El punto fuerte de los filipistas era su caballería que había alcanzado un gran nivel y por la que sus rivales tenían un sano respeto.
En total se habían reunido 152 batallones y 123 escuadrones de caballería y dragones. Una vez descontadas las fuerzas destinadas a la frontera con Portugal, proteger las costas (Galicia, Andalucía, etc.) o a otras funciones, quedaban 80 batallones y 74 escuadrones entre Navarra y Valencia, de los que en torno a 60 y 70 de cada uno de ellos constituían el ejército principal para la campaña de Cataluñav. El ejército principal quedó al mando del marques de Villadarias; una elección sorprendente ya que aunque había defendido con éxito Cádiz en 1702, había fracasado en recuperar Gibraltar en 1704-1705 para después continuar con una carrera gris.
Además había un ejército francés al mando de Noailles en el Norte de Cataluña (38 batallones y 34 escuadrones) del que no se esperaba mayor colaboración que la de que fijara algunas tropas austracistas en aquella zona.
Iñigo Manrique de Lara, conde de Aguilar (1673-1733). Era uno de los generales más destacados de Felipe V, pero una inoportuna disputa con la Corte le apartó de la primera parte de la campaña de 1710. Tras la derrota de Zaragoza ofreció de nuevo sus servicios, siendo nombrado Capitán General de los RR.EE. Fuente: tercios.org.
Dragones de Osuna (ilustración de J.M. Bueno). Los dragones en ésta época no eran considerados oficialmente como caballería sino como infantería montada, una especie de cuerpo multiusos del que se esperaba que pudiera hacer un poco de todo; aunque ya había una clara tendencia a asimilarlos a la caballería, sobre todo en las batallas campales.
Fuerzas austracistas
Por su parte las fuerzas del archiduque en Cataluña se componían por un lado de un ejército de 10.000 hombres (teniente general barón de Wetzel) en el Ampurdán y por otro del ejército principal (mariscal de Starhemberg) que en julio alcanzaría los 40 batallones y 6000 caballos. Desde finales de 1709 los aliados habían venido reforzando este ejército tanto con nuevos batallones como con soldados para completar los existentes. Además había un ejército aliado en Portugal. A esto había que añadir las nutridas milicias locales catalanas (migueletes – miquelets) y los voluntarios aragoneses y valencianos, no encuadrados entre las tropas regulares.
El ejército aliado o confederado se componía de tropas de diversas procedencias. Como muestra, el ejército austracista situado en Balaguer el 26 de julio lo componían las siguientes tropas:
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Imperiales (mariscal de Starhemberg) -10/14 batallones y 6 escuadrones.
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Ingleses (conde de Stanhope) - 10 batallones y 10 escuadrones.
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Españoles (conde de la Puebla) - 7 batallones y 6/7 escuadronesvi.
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Holandeses (barón de Belcastell) - 3 batallones y 6 escuadrones.
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Palatinos (conde de Franckemberg) - 3 batallones y 6 escuadrones.
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Portugueses (conde de la Atalaya) - 2 batallones y 14/15 escuadrones.
La heterogeneidad de las tropas aliadas no dejaba de ser un problema, pero eran en general buenas tropas con experimentados oficiales e iban a demostrar su solidez.
Guido von Starhemberg (1657-1737) – Veterano de las guerras contra los turcos y de la campaña de Italia, venía de reprimir una rebelión húngara antes de asumir en 1708 el mando del ejército imperial en España. Fuente: Wikimedia Commons.
Infantería y artillería austriaca (imperiales). Ilustración de Rudolf von Ottenfeld.
La ofensiva borbónica
Inicio de la campaña
Los primeros meses del año se redujeron a incursiones de las partidas de catalanes y aragoneses austracistas contra los campamentos borbónicos en Aragón y Cataluña, atacando a convoyes y forrajeadores.
La principal plaza aliada en el frente leridano del Segre era Balaguer y hacía allí se dirigieron las miras de ambos contendientes. Ya el 12 de Marzo un preocupado Starhemberg ordenó reforzar su guarnición con 2.500 hombres mientras continuaban a la espera de los refuerzos imperiales que les permitirían completar su ejército de campaña. Sería en Mayo cuando el rey Felipe pudo por fin abandonar la Corte y reunirse con su ejército el día 13 en Lérida. El día 15 el ejército de campaña borbónico cruzaba el Segre y acampaba frente a Balaguer. La intención borbónica era aprovechar su superioridad numérica para tomar Balaguer antes de que el ejército austracista estuviera listo para salir de campaña. El dominio tanto de Lérida como de Balaguer – los dos principales pasos sobre el Segre- aseguraba el control de la plana de Urgel y del estratégico corredor entre Aragón y Cataluña.
Afortunadamente para los aliados las copiosas lluvias unidas al deshielo provocaron la crecida de los ríos llevándose por delante los puentes de campaña borbónicos e inundando los campos, imposibilitando las acciones militares. El ejército borbónico se vio obligado a repasar el Segre por Lérida. Mientras esperaba a que se asentara el terreno se dedicó a poner freno a las incursiones austracistas. Por su parte los austracistas reforzaron en lo posible su posición de Balaguer y reclamaron la presencia del rey Carlos que a pesar de los riesgos decidió acudir finalmente a animar a su ejército, presentándose en Balaguer el 8 de junio.
Principales operaciones de la Guerra de Sucesión en el frente peninsular
Ataque a Balaguer (13/06/1710)
En Junio y tras recibir refuerzos que elevaban las fuerzas borbónicas a unos 24000 infantes y 7000 caballos, Villadarías decidió cruzar de nuevo el Segre e intentar arrebatar Balaguer al ejército aliado que por entonces sumaba 15000 infantes y 3900 caballos pero fuertemente atrincherados. Verboom -ingeniero general de Felipe- tras inspeccionar las posiciones enemigas desaconsejó el ataque y de la misma opinión fueron otros mandos pero Villadarias despreció sus consejos y convenció a Felipe para que aprobara el ataque. El 13 de junio, los borbónicos, sin apoyo de la artillería y sin contar con ningún tipo de protección en el terreno, se desplegaron al alcance de las baterías defensoras. Los soldados empezaron a caer ante los proyectiles sin tener posibilidad de devolver el fuego y tras sufrir 500 bajas, el rey Felipe decidió suspender el ataque pese a la oposición de Villadarias.
Las líneas austracistas en Balaguer y las posiciones borbónicas en Bellcaire. A la izquierda se puede ver la plaza de Lérida
Estancamiento
Tras el fiasco del ataque, el campo borbónico optó por una estrategia indirecta. A la vez que se reforzaban las tropas destinadas a hacer frente a las incursiones austracistas, se decidió atacar las vías de comunicaciones del ejército aliado con la esperanza de presionar lo suficiente para obligarle a salir de sus fortificaciones. Conforme a ello, el 16 de junio se ocupó la desprotegida Cervera, que había venido usándose como almacén para el ejército aliado. Pocos días después se ocupaba a su vez el almacén de Calaf. A la vez los destacamentos borbónicos se dedicaban a interceptar los convoyes que se dirigían a Balaguer, haciendo incursiones hasta Igualada y el campo de Tarragona.
Aunque los filipistas consiguieron capturar gran cantidad de víveres no consiguieron cortar completamente los suministros a Balaguer, aunque ahora los convoyes austracistas tenían que desviarse y usar unas rutas de montaña más dificultosas y largas. La llegada del calor del verano empezó a pasar factura a las tropas borbónicas que no se encontraban en un terreno especialmente saludable. Finalmente la noche del 25 de julio, el rey Felipe optó por abandonar la plana de Urgel y retirarse a Lérida. Ese mismo día habían llegado finalmente los refuerzos aliados: 4000 reemplazos para los regimientos imperiales y el grueso del ejército del general Wetzel (9 batallones y 11 escuadrones) procedente del Ampurdánvii.
Infantería española de Felipe V. Fusilero, bandera coronela (centro) e interpretación de una bandera sencilla (regimiento de Aragón). El diseño de las banderas sencillas variaba según la unidad. Fuente de las banderas: desperta-ferro-ed.blogspot.com.
Ofensiva austracista
Almenar (27/07/1710)
Las tropas del rey Carlos sumaban ahora en torno a 22.000-24.000 hombres frente a los 25.000-31.000 del rey Felipe. El general inglés Stanhope era un decidido partidario de pasar a la ofensiva inmediatamente y Starhemberg se avino a ello. Las fuerzas aliadas ocuparon entre la noche del 26 y la mañana del 27, Alfarrás estableciendo un paso sobre el río Noguera. Hacia allí también se había dirigido sin mucha prisa una vanguardia borbónica al mando del duque de Sarno, ignorante de los movimientos aliados, que se llevó una gran sorpresa al ver su objetivo estaba en manos del enemigo. El duque de Sarno tuvo que posicionarse en Almenar, a la espera del resto del ejército borbónico.
El ejército aliado procedió a desplegarse en las alturas de la plana del Sas. La estrechez del terreno provocó una despliegue inusual: la caballería al mando de Stanhope se dispuso delante en 4 líneas y por detrás quedó la infantería -también en 4 líneas- al mando de Starhemberg. La artillería se dispuso al borde de la plana, encarando las posiciones borbónicas en Almenar. Carlos queda a retaguardia, protegido por su guardia.
Por su parte el ejército borbónico estaba más retrasado en su despliegue. Villadarias consiguió desplegar en las alturas toda su caballería -42 escuadrones en dos líneas- junto a algún batallón de infantería. Felipe se incorporó a la vanguardia de su ejército.
Mapa de la batalla de Almenar
Eran las 7 de la tarde cuando los aliados habiendo completado su despliegue, decidieron que era mejor atacar antes de la caída de la noche y aprovechar que los filipistas todavía estaban posicionándose.
Stanhope cargó al frente de 16 escuadrones aliados contra la primera línea borbónica. La lucha es dura pero lo filipistas detienen el primer ataque y consiguen hacer huir a parte de la caballería enemiga, a la que persiguen hasta sus líneas. Un segundo ataque de Stanhope se abate sobre la primera línea borbónica y a pesar de los esfuerzos del duque de Sarno -que caería muerto- y de la tenaz defensa del ala derecha, la línea borbónica es puesta en fuga. A continuación Stanhope se dirigió contra la desconcertada segunda línea, poniéndola también en fuga. Algunas unidades de infantería que habían subido a las alturas obstaculizaron la persecución de la huida caballería, retirándose cuando Villadarias pudo rehacer a unos cuantos escuadrones y mandarlos en su apoyo. A la vez Villadarias imploró al rey Felipe que abandonara el campo de batalla en dirección a Lérida y evitara más riesgos. La partida del rey hizo cundir la alarma entre las columnas de infantería que todavía estaban aproximándose y la fuga se convirtió en general.
Afortunadamente para los borbónicos, la llegada de la noche hizo que los aliados desistieran de arriesgarse a una persecución en la oscuridad y se conformaran con lo obtenido en las apenas dos horas de combate.
Los austracistas perdieron 400 hombres por unas 1500 bajas y 300 prisioneros en el bando borbónicoviii. Entre los muertos estaba el duque de Sarno y entre los prisioneros el general Verboom. Además se habían dejado atrás gran cantidad de material (artillería, municiones...). Sin embargo la perdida más importante fue en términos morales, ya que quedó en evidencia que al ejército borbónico español le quedaba todavía camino por recorrer para ser un ejército sólido. En el bando borbónico fue muy criticada la actuación de los oficiales superiores, afirmándose que Villadarias estuvo mal servido por sus subordinados.
Batalla de Almenar. Cuadro anónimo (Kunsthistorisches Museum. Viena). Fuente: Wikimedia Commons
Camino de Zaragoza
Tras Almenar, el rey Felipe decidió reemplazar al marqués de Villadarias por el general -de origen francés- marqués de Bay. De Bay era el comandante del ejército borbónico de Extremadura y acababa de tomar la portuguesa Miranda do Douro en la frontera. El ejército filipista permaneció un tiempo acampado entre Lérida y Alcarrás, pero la dificultad para aprovisionarse unida al temor de que los aliados avanzaran hacia Aragón hizo recomendable la retirada a pesar de haber recibido 4.000 hombres de refuerzo. También pesó en la decisión la impresión de cansancio y desánimo que rondaba al ejército borbónico. Se dejó en Lérida una fuerte guarnición al mando del general conde Louvigni y el día 13 de agosto el ejército cruzó el Cinca a la altura de Fraga, mientras que el ejército aliado lo cruzaba cerca de Monzón y procedía a perseguirlo.
El 15 de agosto, cerca de Peñalba, la vanguardia aliada se enfrentó en una escaramuza con tropas borbónicas, saliendo malparada por la estrechez del terreno. El combate fue menor, perdiendo unos 100 hombres los aliados. El rey Felipe le dio gran publicidad a esta pequeña victoria, sin duda intentando que la noticia unida a la llegada del nuevo comandante levantaran algo los ánimos a sus soldados. Sin embargo la retirada seguía y durante la marcha los aliados capturaron unos 1.400 soldados borbónicos entre enfermos y rezagados.
El 18 de agosto De Bay situaba el ejército al lado de Zaragoza entre los ríos Gallego y Ebro. El día siguiente Starhemberg haría cruzar también a sus tropas el Ebro por un vado para sorpresa de De Bay, que había sido mal informado sobre los vados de la zona y no estaba preparado para oponerse al cruce del gran río. Entre los soldados filipistas cundió el pánico, el general “francés” les había traicionado permitiendo el cruce aliado y ahora ordenaba prepararse para una gran batalla. La cuestión estaba clara para muchos: iban a ser sacrificados en una gran derrota borbónica, tras la cual un rey Felipe (sin ejército) acataría la voluntad de su abuelo y aceptaría una salida honrosa del trono tras haber intentado luchar hasta derramar la última gota de sangre de sus soldados españolesix.
Zaragoza (20/08/11): batalla del Monte Torrero
El ejército borbónico con 20.000 hombres se desplegó con la izquierda apoyada en el Ebro, y el grueso del ejército en el monte Torrero, siendo el terreno desigual y cortado; en mitad del campo de batalla se encontraba el denominado barranco de la Muerte . El marques de Bay decidió pelear confiando en que el terreno le favorecía, pero sobre todo pensando que una retirada con unas tropas cansadas y vacilantes podía resultar más peligrosa que una batalla. Aún así se tomaron medidas como enviar lejos la mayor parte del bagaje. Felipe permaneció en una altura tras el ejército, desde la que se veía buena parte del campo de batalla.
El ejército aliado de 24.000 hombres se desplegó en dos líneas, opuesto al filipista. La moral era alta y tenían conocimiento de los problemas y deserciones en el bando enemigo. Por ello a pesar de la aparente fortaleza del despliegue enemigo se decidieron a atacar. Como gesto simbólico, el rey Carlos ordenó retirar los puentes sobre el Ebro para recalcar a sus tropas que la huida no era una opción si las cosas se torcían.
Despliegue de los ejércitos en la batalla de Zaragoza
Tras un cañoneo la batalla comenzó entre las 11 y las 12 de la mañana. La izquierda aliada al mando de Stanhope (caballería) y Belcastell (infantería) se lanzó al ataque pero la caballería borbónica resistió el primer empuje e incluso hicieron huir a varios escuadrones portugueses, persiguiéndolos fuera del campo de batalla. Sin embargo esta fútil persecución genero un hueco en el dispositivo borbónico que fue aprovechado por Stanhope para desbaratar a la caballería borbónica. Abandonados por la caballería , la infantería se vio atacada por los batallones de Belcastellx y fue puesta en fuga sin excesiva dificultad. En la derecha aliada al mando del conde de la Atalaya, el combate lo inició la caballería filipista al atacar con éxito una batería aliada y deshacer los escuadrones que la protegían; sin embargo el conde de la Atalaya pudo reagrupar sus fuerzas y rechazar a los borbónicos de vuelta a sus líneas. En el centro la infantería alemana -al mando de Wetzel- había recibido ordenes de no rebasar el barranco de la Muerte y dejó que se acercara la primera línea borbónica, derrotándola contundentemente a pesar de la resistencia de algunos batallones individuales.
La huida de la primera línea borbónica sembró el caos en la segunda línea que echo a huir a su vez; mientras toda la caballería aliada se lanzaba al ataque. De Bay apenas pudo reunir un puñado de unidades para proteger la retirada. Muchos soldados se refugiaron en Zaragoza donde serían tomados prisioneros. El grueso del combate había durado unas dos horas, resultando en un desastre para los filipistas, sobre todo debido a la flojedad de buena parte de su infantería.
Las bajas borbónicas fueron del orden de 3.000-5.000, a las que se sumaban unos 6.000 prisioneros y la perdida de la artillería -unas 20 piezas- y numerosas banderas. Las bajas aliadas serían del orden de 1.500-2.000.
Batalla de Zaragoza o del Monte Torrero. Cuadro anónimo (Kunsthistorisches Museum. Viena). Fuente: Wikimedia Commons
Instalando a Carlos en el trono
El derrotado De Bay reunió a su magro ejército (7.000 hombres) y se internó en Castilla, donde se situó a la espera de rezagados y recibir instrucciones del rey, que marchó a Madrid a la corte. Si todavía tenía un ejército consigo y podía permitirse el lujo de recobrar fuerzas en la zona de Soria era debido a que los aliados se durmieron en los laureles tras su victoria y no supieron rematar la faena. Se alegó el cierto cansancio de las tropas y el que la caballería borbónica era más ligera y todavía un rival de entidad para no perseguir a los filipistas activamente tras la batalla pero el hecho es que los austracistas se quedaron 10 días en Zaragoza, decidiendo qué hacer.
El rey Carlos entró en Zaragoza el día después de la victoria y procedió a restablecer los fueros de Aragón. La victoria en Zaragoza le otorgaba de nuevo el control del reino de Aragón, que ya en su momento se había declarado por el bando austracista. Los aliados reunidos en consejo de guerra discutieron dos planes:
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Starhemberg era favorable a marchar con el ejército a reducir Navarra y Vizcaya, cortando las comunicaciones entre Francia y España para impedir cualquier posible refuerzo de Luis XIV a su nieto. A continuación se marcharía hacia Castilla y se reuniría con las tropas aliadas en Portugal, para unidas conquistar Galicia y después marchar a conquistar Cádiz en Andalucía. Por otra parte se harían nuevas levas con las que se recuperaría Valencia, donde sin duda los austracistas serían bien recibidos. De esta forma, “paso a paso”, se iría aislando progresivamente a Felipe en el interior de España, hasta dejarle sin ninguna salida posible.
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Stanhope, por su parte creía que bastaba dar un último empujón y todo se habría acabado, por ello abogaba -junto a muchos generales españoles de Carlos- dar un “salto” y marchar hacía un indefenso Madrid e instalar a en el trono a Carlos. Confiaba en que muchos magnates castellanos se pasarían al partido austracista y las regiones irían cayendo una tras otra, alineándose con el ejército vencedor sin necesidad de ser reducidas por la fuerza. Si Felipe se hacia fuerte en alguna región, se podía mandar fácilmente el ejército desde Madrid a liquidarlo. También minusvaloraba la posibilidad de que Felipe recibiera refuerzos de Francia.
James Stanhope (¿1673?-1721). Conquistó Menorca para los ingleses en 1708. Era el comandante general de las fuerzas inglesas en la Península, desde ese mismo año. Fuente: Wikimedia Commons.
A la derecha, granadero inglés.
El rey Carlos era favorable al primer plan, ya que en 1706 se había demostrado como un error el marchar hacia Madrid. Sin embargo Stanhope se impuso alegando que los ingleses no estaban dispuestos a que se alargara la guerra, su misión era poner en el trono a Carlos y sus tropas no tomarían otro camino que el de Madrid; si Carlos quería ir reduciendo España región a región, que lo hiciera después con sus propias tropas. Un resignado Carlos no tuvo más remedio que plegarse a los deseos de Stanhope. Tampoco se quiso desmembrar el ejército principal aliado, desestimando la propuesta de destinar 2.000 hombres al finalmente aprobado ataque a Valencia, de tal forma que cuando la débil expedición austracista desembarcó en Valencia -confiada más en levantar en la región que en sus propias fuerzas- fue fácilmente derrotada por el gobernador borbónico.
Por su parte el rey Felipe ordenó que la familia real y la Administración se trasladara a Valladolid, partiendo para allí el 9 de septiembre. Buena parte de la Corte decidió seguirle, abandonando Madrid unas 30.000 personas. Desde allí se procedió a escribir a Luis XIV, para pedirle ayuda, recalcando la decisión de Felipe de permanecer en España y que éste seguía contando con una notable lealtad entre los castellanos.
El ejército austracista partió de Zaragoza el 31 de agosto y el 28 de septiembre el rey Carlos pudo tomar posesión de la capital. Previamente -el 9 de septiembre- Felipe la había abandonado con su familia y la Administración, en dirección a Valladolid, seguidos por buena parte de la Corte (30.000 personas), ordenando al corregidor de Madrid que no ofreciera resistencia.
La recuperación borbónica
Recomposición del ejército filipista y parálisis austracista
Ya antes de la entrada de Carlos en Madrid, se habían empezado a tomar medidas para paliar la grave situación en el campo borbónico. Se pidió ayuda a Luis XIV, adjuntando una carta firmada por una treintena de los principales magnates españoles en la que hacían fe de su compromiso con el rey Felipe. Luis XIV respondió favorablemente enviando 14.000 hombres de refuerzoxi. Además también se aceptó mandar al duque de Vendôme para hacerse cargo del mando supremo del ejército filipista11, llegando éste a Valladolid el 17 de septiembre. Cambien acudió a Valladolid el duque de Noailles para concertar la estrategia a seguir por los ejércitos de las Dos Coronas. En cuanto al ejército español borbónico, el conde de Aguilar acometió con energía la tarea de recomponerlo.
Mientras las partidas borbónicas hacían estragos en la línea de comunicación Madrid-Zaragoza, destacando las de Bracamonte que controlaba el paso a Castilla por el Guadarrama y Vallejo que operaba en Guadalajaraxii, se consiguió reunir un ejército de campaña de 25.000 hombres. El ejército se dirigió hacia Almaraz para asegurar aquel vital paso sobre el Tajo y después se situó en Talavera de la Reina, amenazando Madrid y situándose estratégicamente para evitar una posible conexión entre las tropas aliadas en Madrid y las de Portugal. Por su parte el marques de Bay volvió a hacerse cargo de un reducido ejército de Extremadura, con la misión de vigilar la frontera, mientras Noailles a su regreso al Rosellón debía proceder a internarse con su ejército en el norte de Cataluña, tratando de desviar tropas a ese frente.
Izquierda: Louis Joseph de Bourbon, duque de Vendôme (1654-1712), fuente: Wikimedia Commons. Era uno de los generales más destacados de Luis XIV, sirviendo con distinción en la campaña de Italia para despues ser llamado a combatir en Flandes, tras el desastre de Ramillies. Sus disputas con el inepto duque de Borgoña -nieto del rey- desembocaron en la derrota de Oudenaarde (1708) y su posterior retiro a sus estados.
Derecha: caballería de línea española.
En el bando contrario las cosas estaban lejos de ser placenteras. El rey Carlos se había encontrado un espectáculo triste y lúgubre al entrar en su nueva capital, sólo los niños que acudieron a recoger las monedas que se arrojaban demostraron cierto entusiasmo; todo estaba cerrado y había poca gente por las calles. Se dice que Carlos exclamó “esta ciudad es un desierto” y/o “es una corte sin gente”. Cuando se empezaron a repartir cargos no dejó de haber unos cuantos nobles que cambiaron de chaqueta, pero salvo notables excepciones como las del general Antonio de Villaroel, muy lejos del número e importancia que los “optimistas” del bando austracista habían previstoxiii. Aun peor fue la campaña para ganarse al pueblo que persistió en su postura de o bien indiferencia o bien abierta hostilidad hacia Carlos.
La estrategia aliada consistía en convocar al ejército aliado en Portugal y marchar de nuevo en busca de otra batalla decisiva. Sin embargo la corte de Lisboa había perdido el apetito por la aventura, sobre todo tras la derrota de la Gudiña en el año anterior. Y el ejército del conde de Villaverde se mantuvo en su sitio a pesar de la insistencia de los representantes ingleses en Portugal y de algunos portugueses como el marques de las Minas que se ofreció a encabezar a los portugueses. Lo peor no era que los portugueses no se movieran sino que el ejército aliado en Madrid tampoco se movía a la espera de ver que pasaba por ese lado, con lo cual los borbónicos fueron recuperando la iniciativa.
Se acabo decidiendo que Madrid no era buen sitio para invernar y Starhemberg decidió abandonar la ciudad y tomar cuarteles en Toledo. El ejército aliado abandono la capital el día 9 de noviembre, teniendo que oír como detrás de ello las campanas repicaban de júbilo. Se convenció al rey Carlos de que era peligrosa su estancia con el ejército y marcho éste a Cataluña con una fuerte escolta de caballería de 2000 soldados, los cuales serían echados en falta más tarde. Aunque los aliados hicieron los correspondientes preparativos para invernar entre Toledo y Ciempozuelos, es posible que su intención fuera más bien animar a Vendôme a lanzar un ataque antes de tiempo. El caso es que Vendôme mantuvo sus posiciones y los aliados llegaron a la conclusión de que su nueva posición tampoco era adecuada y optaron por regresar a Aragón. El día 29 se abandonó Toledoxiv y el 3 de diciembre el ejército ya concentrado inició la retirada.
Reconstrucción del posible diseño de una bandera de los ejércitos españoles del rey Carlos, junto a un soldado de las Reales Guardias Catalanas. En el anverso lleva la imagen de la Inmaculada. No está claro si llebavan la tradicional cruz de borgoña o no. Se menciona que llevaban el lema Donec Perficiam (hasta el final). Fuente: desperta-ferro-ed.blogspot.com.
Brihuega (09/12/1710)
Para aprovisionarse mejor el ejército aliado hizo la marcha en 3 cuerpos separados: uno al mando del conde de Atalalaya con españoles, portugueses y palatinos, en otro marchaba Starhemberg con los austriacos y holandeses y finalmente otro con los ingleses de Stanhope. El día 6 de noviembre paró Stanhope a sus 5.500 hombres en Brihuega para hacer noche y descansar el día siguiente. Se sentía confiado ya que los únicos enemigos que veía eran las molestas partidas españolas. Sin embargo Vendôme había decidido perseguir a los aliados a pesar de ser diciembre y no se le escapaba que se le presentaba una gran oportunidad de derrotar al aislado Stanhope. Para ello despachó rápidamente una fuerza de jinetes y granaderos al mando del marques de Valdecañas que ocupó el paso del río Tajuña, cortando la comunicación entre Stanhope y Starhemberg.
A Stanhope no le quedó mas remedio que hacerse fuerte en la ciudad aprovechando su muralla romano-árabe para defenderse hasta que Starhemberg pudiera acudir en su auxilio. El día 8 llegaron el rey Felipe y Vendôme con parte del ejército y se dispusieron las primeras baterías que sin embargo no hicieron demasiado efecto en los muros de Brihuega.
Grabado del asalto a Brihuega
Al día siguiente, ya con todo el ejército presente y enardecidos los ánimos se decidió tomar Brihuega al asalto, mientras parte de la caballería marchaba a entorpecer los movimientos de Starhemberg. Tras negarse Stanhope a la rendición, la artillería borbónica consiguió abrir un par de brechas. El asalto se realizo por la brecha de la puerta de San Felipe, a la vez que se amagaba otro ataque por la otra brecha. La lucha fue feroz por ambos bandos ya que los ingleses no habían escatimado esfuerzos a la hora de atrincherarse y crear barricadas en el interior de la ciudad. Los ingleses retrocedían peleando palmo a palmo y pegando fuego a las posiciones que abandonaban hasta por fin retirarse a la plaza del castillo.
Se siguió combatiendo al anochecer. La situación se hizo desesperada para los ingleses cuando los borbónicos pudieron instalar piezas de artillería dentro de la ciudad. Stanhope se resignó a la capitulación. Había tenido unas 600 bajas por el doble de los borbónicos. Se tomaron unos 3.400 prisionerosxv, que fueron evacuados el día siguiente a marchas forzadas para evitar su posible liberación.
Villaviciosa (10/12/1710)
El día 9 Starhemberg -situado en Cifuentes- empezó a mover sus 14.000 hombres para acudir al rescate de Stanhope. El día 10 el ejército aliado disparo salvas de artillería para avisar a Stanhope de que se encontraban cerca, por si éste seguía resistiendoxvi. Starhemberg se encontró en la pedregosa llanura de Villaviciosa de Tajuña a los 20.000 hombres de Vendôme desplegados y esperándolo.
El ejército borbónico estaba desplegado en las tradicionales dos líneas con la infantería en el centro y la caballería en las alas, aprovechando en lo posible los relieves del terreno. La derecha la mandaba el marqués de Valdecañas, el centro el conde de las Torres y la izquierda el conde de Aguilar. Vendôme no tomó una posición fija para poder acudir allá donde viera que fuera más necesario. El rey Felipe quedó en un promontorio con la guardia, tras el ala derecha.
Starhemberg también dispuso sus tropas en dos líneas. El ala izquierda -al mando del palatino Franckemberg- se protegía tras una rambla; la infantería del centro la mandaba Villaroel y el ala derecha era mandada por Starhemberg en persona. La caballería aliada formaba con batallones de infantería entremezclados como protección.
Litografía del combate de Villaviciosa
La intención de Starhemberg era esperar a la protección de la noche para retirar su ejército inferior numéricamente, al carecer ya de sentido reñir batalla. Sin embargo no estaba dispuesto a dejar entrever sus intenciones, por lo que permitió que al menos se iniciara un duelo artillero. Cada bando poseía 23 piezas de artillería, divididas en 3 baterías. Las artillería hizo bastante daño, sobre todo la aliada que había sido muy bien posicionada.
Vendôme había esperado a ver si Starhemberg tomaba la iniciativa de atacar, probablemente teniendo en mente que sus fuerzas acumulaban bastante cansancio por las rápidas marchas y el asalto a Brihuega. En torno a las 3 de la tarde, acabó dando orden de avanzar.
El ataque lo inició el ala derecha de Valdecañas que bajó por la rambla y atacó con gran energía a la línea enemiga haciendo huir rápidamente a la caballería palatina y sembrando la confusión entre la infantería que trató de aguantar apoyada por la caballería española (catalana) y portuguesa. Acudieron batallones de refuerzo desde el centro aliado, pero fueron cortados y puestos en fuga. Se había deshecho completamente el ala izquierda aliada pero la caballería borbónica cayó en un fallo suyo recurrente: perseguir al enemigo y/o centrarse en el bagage rival, olvidándose de que la batalla todavía seguía.
Starhemberg vio que se le presentaba una oportunidad con la desaparición de la caballería de Valdecañas y se lanzó al ataque. La primera línea austracista usando una adecuada combinación de la infantería del centro y la caballería de la derecha quebró la primera línea del centro borbónico -los batallones más bisoños huyeron y otros más firmes fueron echados a un lado. Vendôme trató de evitar el desastre lanzando al ataque la caballería de la izquierda de Aguilar. Aguilar pone en serios apuros a Starhemberg y amenaza con caer sobre el centro austracista pero Villaroel forma su fuerza en ángulo para combatir en dos frentes y resistió el ataque. Starhemberg reagrupo a sus tropas e hizo retroceder a Aguilar.
Rota la primera línea española, los aliados también aguantan el ataque de la infantería de la segunda línea y la hacen retroceder. Ademas recuperan los cañones que habían perdido en el ataque español inicial y toman varios de los borbónicos. La batalla parece perdida y comenzaba a anochecer. Vendôme y el rey Felipe se ven arrastrados por la masa de fugitivos, pero a pesar de las suplicas de Vendôme, Felipe se niega a abandonar a su maltrecho ejército.
Afortunadamente para los borbónicos, Aguilar había conseguido reagrupar a su caballería y vuelve al ataque con ímpetu a Starhemberg que resiste la carga inicial pero no las nuevas cargas y el ala derecha aliada acaba cediendo. Perdidas las dos alas aliadas la clave de la batalla residía en la resistencia del esforzado centro austracista, apoyado por entre 1.000 y 2.000 caballos que Starhemberg había logrado conservar junto a sí. La situación se había vuelto de pronto peliaguda para los aliados ya que la alocada caballería de Valdecañas por fin había regresado al campo de batalla y además se habían presentado los 1.200 jinetes de la partida de Bracamonte; uniéndose estas fuerzas a la caballería de Aguilar.
Los jinetes de Starhemberg son sacrificados para rechazar el primero de una nueva serie de ataques de la caballería borbónica. A continuación la infantería aliada forma en “cuadrángulo” ya que se ve acometida por 3 partes. Por fortuna para ellos, la infantería borbónica se ha retirado lejos y se hace de noche, por lo que la infantería aliada puede retirarse también aunque lo tiene que hacer combatiendo, demostrando de nuevo su gran calidad. Starhemberg pudo retirarse a un bosque cercano donde no le molestaría la caballería, aunque dejando atrás bagages y artillería. El campo de batalla quedó por tanto en posesión de la caballería de Valdecañas, aunque ambos bandos reclamarían la victoria en aquel día.
El duque de Vendôme muestra a Felipe V los trofeos capturados en la batalla de Villaviciosa. Cuadro de Jean Alaux (Wikimedia Commons).
Durante la noche se reunieron ambos bandos. Los aliados habían dejado atrás al menos 3.000 muertos y con parte de sus tropas dispersas acabarían perdiendo otros tantos prisioneros tras la batalla. Entre los muertos estaba el general holandés Belcastell y entre los prisioneros Wetzel y Franckemberg. Había partidarios de capitular pero Starhemberg insistió en retirarse y les recordó que después de todo habían vencido a la infantería enemiga y sólo debían preocuparse de la caballería. De hecho al día siguiente descubrieron que sólo eran molestados por unos 2.000 jinetes al mando de Bracamonte. Los borbónicos habían tenido del orden de 4.000 muertos y heridos. Vendôme al ver que Starhemberg se retiraba en buen orden por un terreno desfavorable para la caballería, se contentó con verlo marchar.
Starhemberg se vio hostigado todo el camino de vuelta por las partidas borbónicas, perdiendo cientos de hombres. Considero inútil defender Zaragoza y siguió su camino a Cataluña, llegando a Barcelona el 6 de enero con menos de 7.000 hombres tras las perdidas de la batalla y las penalidades de la retirada.
Epílogo
A comienzos de enero las cosas parecían haber vuelto a la posición de partida. Felipe había recuperado Aragón y se habían reaprovisionado las plazas borbónicas avanzadas como Lérida, Monzón y Mequinenza, que se habían dejado atrás durante la ofensiva austracista. Pero la situación distaba de ser equivalente a la del año anterior. Gerona estaba situada por Noailles y caería a finales de enero. Carlos carecía de suficientes fuerzas como para defender Balaguer y por fin los filipistas podrían quitarse esa espina. En febrero además se tomaría Morella en el sur de Cataluña. Al finalizar la campaña invernal, el rey Carlos se encontraría que era “rey” de una cada vez más estrecha franja de terreno.
Aunque aun tenía recursos para defenderse, lo cierto es que se esfumaba la posibilidad de que Carlos pudiera reunir de nuevo un ejército de tamaño considerable como para cambiar las tornas en el frente español. Las perdidas en esta campaña causaron una gran impresión en Inglaterra, cuyo cansancio con la guerra y sobre todo su coste, había hecho ya caer al gobierno whig en agosto, sustituido por un gabinete tory. La debacle militar de diciembre no hizo sino reforzar la oposición a la guerra y la búsqueda de una salida negociada.
De hecho tanto Inglaterra como Holanda se negaron a aportar nuevas tropas para la Península, limitándose al frente de Flandes. Un frente en el que tampoco en 1710 se había conseguido la esperada ruptura total del dispositivo militar francés. Marlborough había conseguido conquistar varias fortalezas -Douai, Bethune, St-Venant y Aire- pero las debilitadas fuerzas francesas de Villars seguían bloqueando el camino a París, apoyándose en una línea de fortalezas conocida como “Ne Plus Ultra”. Además la posición personal de Marlborough -pilar del compromiso del inglés con la alianza- se había vuelto frágil ya que su esposa, a la que debía inicialmente su posición, había perdido el favor de la reina Ana.
El lema extraoficial del gobierno whig inglés había sido “No peace without Spain” - no hay paz sin España (para Carlos), despertaba cada vez menos aprecio. La muerte en abril de 1711 del emperador José I y la posterior elección en octubre del archiduque Carlos, dio la puntilla a ojos de los ingleses a esa política. El gobierno inglés no estaba dispuesto a trabajar para convertir a Carlos en el monarca más poderoso de Europa. Por tanto a partir del verano de 1711 -aunque la guerra continuaba- Inglaterra empezó a trabajar en una paz que satisfaciera sus propios intereses a expensas de sus aliados, imponiendo su voluntad tanto a amigos como enemigos.
Autor: Flavius Stilicho
Fuentes:
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Bacallar y Sanna, V. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Felipe V, El Animoso. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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Castellví, F. Narraciones Históricas. Fragmento dedicado a la batalla de Zaragoza (11setembre1714.org).
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Segura García, G. Guerra de Sucesión Española, el combate de Almenar (1710). Revista de Historia Militar nº 99.
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Stanhope, P.H. History of the War of the Succesion in Spain. Google books.
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VV.AA. The New Cambridge Modern History Vol. VI, The Rise of Great Britain and Russia (1688- 1715/25).
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Web Aetas Rationis.
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Web ingenierosdelrey.com: Guerra de Sucesión Española.
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Web Museu Virtual de la Guerra de Succesió.
Notas:
i Uno de los símbolos del nuevo orden de cosas en Italia es que a los nuevos amos austriacos nos les costó mucho convencer al Papa para que reconociera como monarca legítimo de España a Carlos.
ii Sobre todo cuando los aliados le dijeron que tenía dos meses para expulsar personalmente a su nieto del trono español o se reanudaría la guerra.
iii Luis XIV -símbolo del absolutismo- se había visto obligado a implorar al pueblo francés ayuda y sorprendentemente éste había respondido positivamente. Aunque derrotados en Malplaquet, los franceses habían demostrado una gran resistencia y habían infligido más bajas a los aliados. La campaña de 1709 en general había estado lejos de satisfacer todas las expectativas de los aliados.
iv Los holandeses tenían el profundo convencimiento de que si Luis firmaba la paz por separado encontraría alguna forma de apoyar subrepticiamente a Felipe en su lucha por conservar el trono español. De hecho como señalaban, aunque Luis había retirado el grueso de sus tropas de España, se había tolerado la “deserción” de bastantes soldados de Francia (irlandeses, alemanes, suizos e incluso franceses reconvertidos en flamencos) pasarse al servicio directo de Felipe. El temor de Holanda era que Luis aprovechara el respiro para restablecer el poder de Francia mientras Felipe prolongaba la guerra lo suficiente para que una Francia recuperada volviera a la carga.
v El desglose era el siguiente: 47 batallones españoles, 17 flamencos, 16 extranjeros (entre ellos los mencionados “desertores”), 18 escuadrones de dragones y 46 escuadrones de caballería.
vi Entre los españoles de Carlos había castellanos como las tropas del regimiento del conde de Ahumada, al igual que en el bando filipista había unidades catalanas como el regimiento de Blas de Trinchería o los dragones de Picalques.
vii Se dejaron unas pocas fuerzas regulares en el Ampurdán para defender un posible ataque a Gerona. Se estimaba que con ellas, el concurso de los migueletes catalanes y una maniobra de diversión consistente en un ataque al puerto francés de Sete, bastaría para tener ocupado al francés Noailles .
viii El desarrollo del combate supuso que solo una fracción de ambos ejércitos entrara realmente en combate. El peso del combate lo llevaron unos 4500 jinetes aliados contra unos 6.000 jinetes borbónicos.
ix El que muchos oficiales prefirieran pasar a la ciudad de Zaragoza en vez de permanecer acampados con sus hombres, no contribuyó precisamente a disipar los temores de los soldados.
x Belcastell destacó a 30 granaderos de cada batallón 15 pasos por delante de las líneas que consiguieron provocar que la línea contraria realizara su descarga antes de tiempo y de manera poco efectiva.
xi Uno de los primeros pasos fue dotar de guarniciones francesas a plazas estratégicas como Pamplona, para asegurar las comunicaciones Francia-España.
xii El osado José Vallejo se acercó en alguna ocasión impunemente hasta las puertas de Madrid e incluso estuvo cerca de capturar al rey Carlos en el Real Sitio del Pardo cuando éste se encontraba cazando.
xiii Buena parte de estas nuevas adquisiciones para el bando austracista, causaron malestar ya que los carlistas de toda la vida no podían verlos como otra cosa que oportunistas. Incluso Starhemberg se burlaba de ellos, llamándoles “cristianos nuevos”.
xiv A la salida tanto primero de Madrid como después de Toledo se discutió si saquear y pegarle fuego a ambas ciudades. Hubo partidarias de destruirlas pero finalmente se optó por no hacerlo para no incrementar el odio de los castellanos. Aun así el portugués conde de la Atalaya con la excusa de destruir unos suministros que no se podían llevar los aliados quiso pegarles fuego, confiando en que junto a ellos ardiera el Alcázar de Toledo, ante la indignación de los toledanos.
xv Se perdió casi todo el cuerpo inglés salvo 3 batallones.
xvi Los ingleses acusaron a Starhemberg de excesiva lentitud, ya que fue avisado de la situación por un capitán inglés el 8 por la noche, y distaba sólo unos 30 km. Starhemberg se entretuvo a la espera de reunir unos cuantos batallones que estaban dispersos.
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