Pierre Clostermann

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P.Flores
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or: Ceteu, 08/Feb/2008 11:57 GMT+1:


 

El francés Pierre Clostermann, uno de los grandes ases de la aviación de cazas de la II Guerra Mundial, con 33 victorias contra los nazis, y autor de un emocionante libro de memorias de su vida de piloto durante el conflicto, Le Grand Cirque, del que se han vendido millones de ejemplares, falleció el 22 de marzo de 2006 en Montesquieu des Albères, a los 85 años. Ingeniero de profesión y amante de la pesca, Clostermann nació en 1921 en Curitiba (Brasil), donde su padre era diplomático. Sirvió también en la guerra de Argelia, fue diputado, presidente de la Comisión de la Defensa Nacional y Fuerzas Armadas, y ejerció diversos cargos directivos en la industria aeronáutica.

"Siento una aguda mezcla de curiosidad y de angustia. El deseo de saber cómo reaccionaré frente al peligro, el deseo un poco malsano de conocer el miedo, el verdadero miedo, el del individuo solo frente a la muerte". Éstos eran los sentimientos de Pierre Clostermann ante su primera misión como piloto de guerra, a los mandos de un Spitfire. Así los transcribe en ese inolvidable libro que es Le Gran Cirque, souvenirs d'un pilote de chasse français dans la RAF (Flammarion, 1948).

Sus primeros libros 

Clostermann reaccionó bien: de entrada, acabó la contienda vivo. Lo hizo con el grado de capitán, 2.000 horas de vuelo -600 en misiones de guerra, con un total de 420 salidas operacionales- y 33 derribos confirmados de aparatos enemigos, más otros cinco probables. Estaba orgulloso de esas victorias y, ya octogenario, pleiteó contra una editorial que cuestionó su número (ganó el juicio en 2003). Compañero de la Liberación, recibió numerosas condecoraciones, como la Flying Cross y la Orden de Servicios Distinguidos británicas y la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa.

Pero además de ser un grandísimo aviador y un héroe -uno de los últimos, hélas, que quedaban de la II Guerra Mundial-, y lo que es más raro, un tipo bastante humano, demostró ser un espléndido escritor. William Faulkner consideraba Le Grand Cirque el mejor libro sobre la guerra en el aire. La salvaje emoción del combate aéreo -el cielo repentinamente hostil, los latidos del corazón desbocado contrapunteados por el staccato de las ametralladoras- aparece relatada en sus páginas con una terrible intensidad. Y sin embargo, entre encuentro y encuentro letal con los veloces y peligrosísimos Focke Wulf 190 alemanes -"vientre amarillo, cruces negras, rápidos como proyectiles"-, habituales rivales de Pierre Clostermann, hay espacio también para pinceladas de belleza al describir la libertad y la felicidad del vuelo. "El gran cielo, virgen de nubes, es de una pureza extraordinaria", escribe el aviador. "Se adivina la tierra de Francia bajo una capa traslúcida de bruma seca, que se extiende por encima de los pueblos. Tengo la sensación de soñar con los ojos abiertos". La poesía de la carlinga, que heredará James Salter volando con los reactores en Corea sobre la cinta plateada del YaluPierre Clostermann se encontraba en Estados Unidos, donde había obtenido el diploma de ingeniero aeronáutico, cuando escuchó la célebre llamada del general De Gaulle. Pasó entonces a Inglaterra y se enroló en las fuerzas aéreas francesas libres el 18 de marzo de 1942, con 21 años, e ingresó en el famoso escuadrón de cazas 341 Alsacia que comandaba el legendario (y malogrado) Mouchette.

Sus primeras victorias las obtiene Clostermann el 27 de julio de 1943 sobre Triqueville, cerca del Havre, contra los FW-190 A-6 de la escuadrilla Richtofen que comanda el mayor Von Graff, que, remedando al Barón Rojo, lleva su aparato pintado completamente de amarillo. El piloto francés, a los mandos de su Spitfire, consigue un doblete: "Estoy asombrado, ¡he derribado dos boches! ¡Dos boches!". En los furiosos combates aéreos, donde destaca por su habilidad, Clostermann distingue las caras de los pilotos contra los que lucha, "como insectos extraños con las grandes gafas de vuelo sobre los ojos". Y verá caer a sus camaradas: "Jimmy, alcanzado, se precipita dejando una larga estela de glycol ardiente. Cierro los ojos, una náusea amarga en la garganta... y ya no hay más que una brasa al borde de una carretera".

Ingresará en otra unidad de élite de la RAF, el 602 escuadrón City of Glasgow, con aviadores de diferentes países aliados, y luego volará en los formidables Tempest V -bautizará a su aparato, con el que conseguirá 14 de sus derribos, Le Grand-Charles-. Juntos, avión y aviador, combatirán a las desalmadas V-1. El 3 de mayo de 1945, sobre el estrecho de Fenhmarn, el piloto logrará diversas victorias sobre pájaros raros de la Luftwaffe: Do-24, Ju-252... El 27 de abril le nombran comandante de escuadrilla del ala 122 de cazas.

Sus aviones, el Spitfire LO-D del 602 Squadron y el JF-E del 3 Squadron

Acabada la guerra, cuando lo desmovilizan, Pierre Clostermann despega en Le Grand-Charles: "Ascendí muy alto en el cielo sin nubes, pues no era sino allí que podía decirle adiós", escribe. "Volamos juntos unidos una última vez, directos hacia el sol. Hicimos un looping, algunos toneles lentos, amorosos, para poderme llevar en los dedos la vibración de sus alas obedientes". Y entonces, al regreso, la extraña confesión del piloto de caza: "Y lloré en su cabina estrecha como nunca en la vida volvería a hacerlo al sentir el cemento de la pista rozar sus ruedas y dejarlo en el suelo con un gesto del puño, como si cortara una flor". Ahora Clostermann, el arrojado aviador que contribuyó a derrotar a los nazis y a devolver a una generación de franceses su perdido orgullo, recupera para siempre su lugar en el cielo.

Algunas fotos de su querido Grand Charles

Como curiosidad, esta foto fué tomada minutos después de aterrizar de su último vuelo el JF-E y antes de abandonar el Ala 122 de la que era Comodoro, su rango en la RAF, a pesar de ser sólo capitán en la Fuerza Aérea Francesa Libre.  Detrás se ve el B-25 en el cual embarcará hacia París, episodio relatado en su libro de memorias.

En su visita a Argentina luego de la Guerra de Malvinas, con los pilotos Ureta e Isaac, a quienes junto a los demás pilotos argentinos llama en una sentida carta, sus Hermanos Pilotos

Artículo aparecido en el diario El País del 2 / 4 / 2006, artículo que no quise alterar porque ilustra exactamente como lo veía a Clostermann con ojos de adolescente allá por los 70´s cuando leía sus libros. Sólo lo traté de ilustrar con algunas imágenes y comentarios sobre las mismas.

Autor: Ceteu, 13/Feb/2008 11:23 GMT+1:


 

Extracto del libro Le Grand Cirque sobre el primer gran barrido sobre Francia que participa Clostermann

Todavía estamos en estado de alerta. Todo está tranquilo en el sector de Biggin-Hill y la mañana pasa muy lentamente. Bajo las alas de los Spitfire, húmedas de rocío, los mecánicos dormitan envueltos en mantas.
Hace un tiempo infernal. Mientras en una esquina del estacionamiento de aviones un fonógrafo gangoso canturrea una canción pasada de moda, jugamos distraídamente al “monopoly”.
Suena el teléfono. Todo el mundo alza la cara, atento.
-Servicio especial para los pilotos. Hay una misión prevista- grita el ordenanza desde su cabina.
Un “sweep” muy importante está previsto para la primera hora de la tarde y en el comedor de oficiales se prepara un almuerzo especial para los pilotos que han de tomar parte en él.
El Comandante Mouchotte, prevenido, llega enseguida acompañado del Teniente Boudier.
El orden de batalla del grupo es anunciado después de algunos minutos de deliberación entre los dos comandantes de escuadra:

Cte. Mouchotte

Tte. Boudier.................... Sgto. Ch. Bruno............Tte. Martell
Sgto. Remlinger ..............Tte. Pabiot.................... Sgto. Clostermann
Stte. Bouguen..................Stte. De Bordas..............Tte. Beraud
Sgto.Marquis........................................................Sgto.Mathey
Reserva: Sgto. Ch. Gallay


Cita en el “Intelligence Room” a las 12,30 hs. Mouchotte marcha con Martell y Boudier en su camioneta “Hillman”, mientras los demás pilotos suben precipitadamente a un camión.
Almuerzo rápido con los pilotos de la 611: sopa, salchichas, puré. Sin embargo, flota en el ambiente un poco de nerviosismo. Para la mayoría de nosotros es la primera misión de guerra importante, y probablemente tendremos que internarnos mucho en zona enemiga.
Siento una mezcla lacerante de curiosidad y angustia. Deseo sabe cómo reaccionaré frente al peligro; es un deseo un poco morboso de conocer el miedo, el verdadero miedo, el del individuo solo ante la muerte. Y, no obstante, persiste a pesar de todo, bien arraigado, el viejo escepticismo del civilizado...La vieja costumbre de los estudios, de los viajes confortables, de las humanidades, de la vida de la ciudad. Todo esto, a decir verdad, deja muy poco lugar a la noción del peligro mortal o a la prueba de valor puramente físico. A pesar de todo, quisiera penetrar en el fondo del pensamiento de ese canadiense de la 611, para el que no es ésta la primera misión. Pide tranquilamente a la camarera otra ración de puré, mientras que yo apenas puedo tragar la mía.
Se escucha:
 -Vamos, muchachos, a clase-
Nos dirigimos en pequeños grupos silenciosos hacia el “Intelligence Room”. Una primera sala atestada de fotografías, mapas, sillones, revistas técnicas, circulares confidenciales del ministerio del aire. En un rincón, una puertecita no muy alta por la que se baja a la sala de “briefing”. Nada más entrar, su ambiente nos sobrecoge.
Primero, el gran mapa de nuestro sector de operaciones, que cubre todo el panel del fondo, detrás del estrado. El sudeste de Inglaterra, Londres, el Támesis, el canal de la Mancha, el Mar del Norte, Holanda, Bélgica y Francia hasta Cherburgo.
Después, sobre este mapa, una cinta roja une Biggin-Hill con Amiens, sube por Saint-Pol y vuelve a Dungeness vía Boulogne: el itinerario de nuestra misión de hoy.
Empujándose, los pilotos se apretujan en los bancos; roce sordo de las botas de vuelo; chasquidos de fósforos; los primeros cigarrillos humean sostenidos por dedos nerviosos.

Del techo cuelgan los modelos de aviones aliados y alemanes. Sobre las paredes están sujetas con alfileres fotografías de aviones Focke-Wulf Fw 190 y Messerschmitt Bf109E, desde todos los ángulos, con diagramas indicando las correcciones de tiro correspondientes.
Por todas partes están fijadas las principales consignas de combate:
EL “BOCHE” ESTÁ SIEMPRE EN EL SOL.
PARA TIRAR, ESPERA A VERLE EL BLANCO DE LOS OJOS.
 
NO PERSIGAS NUNCA A UN AVIÓN AL QUE HAS TOCADO. SI LO HACES, OTRO TE DERRIBARÁ SEGURAMENTE.
MAS VALE TRAER UN “PROBABLE” QUE SER DERRIBADO AL MISMO TIEMPO QUE EL “BOCHE” QUE HEMOS HOMOLOGADO.
¡ATENCIÓN! EL QUE NO HAS VISTO ES EL QUE TE DERRIBARÁ.
Los uniformes azul marino de los franceses destacan sobre la masa gris de los uniformes de combate de ingleses y canadienses, pero todos los corazones laten fraternalmente.
Fuera se oye un ruido de frenos, de puertas que se cierran de golpe. Algarabía. Todo el mundo se pone de pié. El “group captain” Malan y los “wing commanders” Al Deere y de La Torre entran, seguidos de Mouchotte y Jack Charles, el comandante de la 611.
Malan se apoya en la pared, en un rincón; de La Torre y Deere suben al estrado.
-Siéntense-
Silencio. De La Torre toma la palabra y lee la circular “D” con su voz monótona:
 
“Esta tarde, la escuadra participa en el Circus número 87. La hora H es las 13,55 hs. 72 fortalezas volantes bombardearán el aeródromo de Amiens Glisy. A 5.000 metros, la escolta estará compuesta por 18 grupos de Spitfire V. El «wing» (grupo aéreo) de Kenley efectuará el apoyo avanzado y operará a 6.500 metros en la región del objetivo a la hora H menos cinco minutos; es decir, a las 13,50 hs. La protección media estará asegurada por 24 Spitfire IX de West Malling y dos escuadrillas de Spitfire IX, volando a 9.500 metros, cubrirán la operación. Están previstas dos operaciones de diversión: 12 Typhoon, escoltados por 24 Spitfire, bombardearán en picada el aeródromo de Poix a la hora H menos veinte minutos. 12 Boston, escoltados por 36 Spitfire, bombardearán, a la hora H menos diez minutos, los muelles de Dunkerke, después de simular que se dirigen a Gravelines. El «wing» (grupo aéreo) de Biggin-Hill deberá operar en la región de Amiens a partir de la hora H más cinco minutos, o sea a las 14,00 hs., a fin de cubrir la retirada de las fortalezas hasta las 14,10 hs. El orden de batalla de la Luftwaffe, tal como lo suponemos para esta operación, es el siguiente: 60 Focke-Wulf Fw 190 disponibles en Glisy. 120 Messerschmitt Me 109F y Focke-Wulf Fw 190 en Saint-Omer y Fort Rouge. Los 40 Fw 190 de Poix, alertados por los Typhoon, serán sin duda los primeros que intervengan sobre Amiens, pero cuando ustedes lleguen, ellos ya habrán tenido que luchar con la escolta propiamente dicha. Ahora, cedo la palabra al «wing commander» Deere, que será quien dirija la operación”
Con su voz tranquila y pausada, que contrasta con su cara de chiquillo peleador y testarudo, Al Deere nos da las últimas instrucciones de vuelo:
“Dirigiré la 611, cuya contraseña será «Gimlet». Mi contraseña personal será «Brutus». René Mouchotte conducirá a la 341; contraseña , «Turban». Puesta en marcha de los motores a las 13,20 hs. para «Turban» y a las 13,22 hs. para «Gimlet». Despegue a las 13,25 hs. Describiré un amplio círculo sobre el aeródromo, para que puedan tomar bien sus posiciones y, a las 13,32 hs., partiré en la dirección prevista. Permaneceremos a cero pies hasta las 13,50 hs., luego nos elevaremos a todo gas para pasar la costa a un mínimo de 3.300 metros y nos reuniremos sobre Amiens, si todo va bien, a 8.000 metros. Una vez sobre Amiens, giraremos 90 grados a la izquierda y seguiremos a 47 grados durante cinco minutos. En principio volaremos veinticinco minutos con la gasolina de nuestros depósitos suplementarios. Cuando dé la señal de soltar los depósitos auxiliares, «drop your babies», se formarán en orden de combate. Hasta la señal es obligatorio un absoluto silencio en las radios. Volaremos a ras del agua durante dieciocho desagradables minutos. Hay que evitar que algún cretino lo eche todo a perder por una charlatanería inútil. Ahora, algunos últimos consejos: Si el depósito suplementario no se desprende a la señal, informen al jefe de la patrulla y regresen. Si continúan, perjudicarán a todos los demás y seguramente serán derribados. Señalen claramente la posición de los aviones sospechosos. Si hay combate, formen bloque. Y si todo va mal, sigan por lo menos en parejas, es esencial. Atención al oxígeno. El rumbo de regreso directo es 317 grados. Si se pierden en algún lugar de Francia y les queda poca gasolina, llamen a «zona» en la frecuencia B. Cuando se hallen a mitad del Canal, si están apurados, pero en condiciones de llegar a la base, deben avisar a «Tramline» en la frecuencia A. Si no pueden alcanzar la costa, salten en paracaídas, después de haber llamado a «May-day» en la frecuencia D. Se hará, como siempre, todo lo posible para recogerlos rápidamente. Vacíen completamente sus bolsillos. Pongamos nuestros relojes en hora; son exactamente las 12 horas, 51 minutos y 30 segundos...Uno, dos, tres: son las 12 horas, 52 minutos y 0 segundos. Bueno, estén alerta. Buena suerte y buena caza”
Mientras Deere hablaba, los pilotos anotaban las indicaciones esenciales en la palma de su mano izquierda: horarios, ruta de vuelta, frecuencias de radio, etc.

En el lugar de estacionamiento de los aviones cada uno corre hacia su casillero. Vacío cuidadosamente mis bolsillos; no hay que dejar en ellos billetes delatores de autobús ni sobres con señas que puedan informar sobre nuestro aeródromo. Me quito la corbata y la reemplazo por un pañuelo de seda. Me pongo el grueso “jersey” reglamentario de lana blanca sobre un chaleco de piel de cordero. Por encima de los calcetines me pongo las grandes medias de lana que me llegan a medio muslo. Luego el pantalón y las botas. En la bota derecha guardo mi cuchillo de caza y en la izquierda mis mapas. Cargo mi revólver, cuya correa paso alrededor del cuello. En los bolsillos de mi “Mae-West” tengo mi sobre de “escape” (que contiene billetes de banco franceses, belgas y holandeses para un caso extremo) y mi caja de víveres. Mi mecánico trae mi paracaídas y mi “dinghy” (balsa de salvamento inflable).

13,15 hs.
Ya estoy instalado en mi Spitfire, sujeto por los tirantes del cinturón de seguridad. Pruebo la radio, el colimador y la cámara automática para sacar la película de los disparos. Tengo bien ajustada la máscara de oxígeno y compruebo la presión de las botellas. Armo nerviosamente los cañones y ametralladoras y ajusto el espejo retrovisor. Mi mecánico da vueltas alrededor del avión con un destornillador en la mano, cerrando fuertemente todas las planchas móviles. Siento un extraño vacío en el estómago y me pesa haber almorzado tan poco. Hay mucho movimiento alrededor del terreno. Los bomberos se instalan en los estribos de sus camiones y los enfermeros en sus ambulancias. Se acerca la hora.

13,19 hs.
Un gran silencio flota ahora sobre el aeródromo. Los pilotos tienen los ojos clavados en Mouchotte, que consulta su reloj. Una hebilla de mi paracaídas, mal colocada, me molesta horriblemente, pero es demasiado tarde para ponerla en su sitio.

13,20 hs.
Mouchotte echa una mirada circular sobre los doce Spitfire. Bajo los contactos. Se escucha:
 -All clear? Switches on!- 
Exacto como un reloj, el motor Rolls Royce arranca al primer intento.

13,22 hs.
Los motores de la 611 están en marcha y los Spitfire comienzan a alinearse alrededor del de Deere. Ocupo mi sitio, ala con ala con Martell.

13,25 hs.
Un cohete blanco sale de la torre de control y los 13 aviones de la 611 empiezan a avanzar. Mouchotte levanta la mano enguantada y lentamente pisa el acelerador. Con los ojos fijos en la punta del ala de Martell, hago lo mismo. Hemos despegado. Pasamos en tromba sobre la carretera que corre a lo largo de la base. Hay un autobús parado. Los Spitfire avanzan hacia el sur al ras de los árboles y las casas. Pasamos sobre una colina boscosa y sin transición nos hallamos sobre el mar, con las sucias olas coronadas de espuma, sobre el que se alza, a la izquierda, el promontorio de Beachy Head. Una línea azul de bruma en el horizonte; es Francia, y a dos o tres metros sobre el agua nos lanzamos hacia ella.

13,50 hs.
De un solo impulso, los 24 Spitfire se elevan y trepan hacia el cielo, como colgados de sus hélices, ascendiendo a 1.000 metros por minuto. ¡Aquí está Francia! Una línea de blancos acantilados emerge de entre la bruma y a medida que tomamos altura retrocede el horizonte...El estuario del Somme, la estrecha cinta de arena al pie de los acantilados, los primeros prados, el primer pueblo...5.000 metros. ¡Mi motor falla de pronto y mi Spitfire entra en pérdida! Sin aliento, con el corazón en la garganta, reacciono instintivamente y me apresuro a abrir los depósitos principales de gasolina. Hay un segundo de indecisión, por fin se enciende la chispa y el motor vuelve a funcionar. A todo gas, me reúno con mi sección.
Se escucha:
 
-Brutus aircraft, drop your babies!-  ( tanques auxiliares )
Es la voz clara de Al Deere que suena en los auriculares. Nos ordena que arrojemos los depósitos auxiliares. Estamos a 9.000 metros. Transcurren cinco minutos. El cielo, sin una nube, es de una limpidez asombrosa. Se adivina a Francia bajo una capa translúcida de bruma, que se hace más espesa sobre las ciudades. El frío es intenso y respiro mal. Para sacudir mi modorra abro del todo el oxígeno. El ruido estridente del motor aumenta la extraña sensación de soledad que se siente en un avión caza, pero a la larga deja de ser un ruido ensordecedor. Poco a poco se convierte en una especie de telón de fondo sonoro, pero neutro, que uno acaba por asimilar a un gran silencio pesado y denso. ¡Qué irreal e indiferente es todo! ¿Es esto la guerra?

De repente:
 -¡Atención, Brutus! Grass Seed llama. Tres grupos de 20 boches convergen sobre ustedes-
La voz de Holmes me ha sobresaltado y Martell interviene ahora: 
-¡Atención, Brutus! Llama Yellow One; estelas de condensación a las 3 horas-
Me desorbito los ojos y veo las estelas de condensación que descubren a los alemanes y que empiezan a converger sobre nosotros desde el sur y desde el este. ¡Dios mío, que se acerquen pronto! Quito el seguro a las ametralladoras.
-¡Brutus los llama a todos! Mantengan sus ojos sobre ellos y suban a toda prisa-
Piso el acelerador y con la hélice al máximo de revoluciones me acerco instintivamente al Spitfire de Martell.
-Llama Brutus. Abran los ojos y prepárense para virar a la derecha. ¡Los malditos están justamente encima de nosotros!-
Mil metros sobre nuestras cabezas empieza a tejerse un tenue encaje y ya se ven brilla las finas siluetas de los cazas alemanes. Estoy fascinado. Se me hace un nudo en la garganta.
-¡Turban, vire a la derecha!- Boudier transmite, con un rugido, la orden de virar. De repente, veo surgir ante mí las divisas del Spitfire de Martell. Hago bascular mi avión con todas mis fuerzas, meto todo el embrague y me sitúo en su estela. ¿Dónde están los boches? No me atrevo a mirar hacia atrás y viro desesperadamente, pegado a mi asiento por la fuerza centrífuga, con los ojos fijos en Martell, que vira cien metros delante de mí.
-¡Gimlet, ataque por la izquierda!-
Me pierdo en este barullo.
-¿Yellow Two, rompa!-
-¿Yellow Two? ¡Si soy yo! 
Con un furioso tirón a la palanca, despego a mi Spitfire de la formación y una agria náusea de miedo me sube a la boca. ¡Unas estelas rojas desfilan ante mi cabina! ¡Es un Focke-Wulf Fw 190! ¡Con lo que he estudiado las fotos desde todos los ángulos! Después de lanzar sobre mí una ráfaga de balas trazadoras se dirige hacia Martell.
¡Sí, es uno de ellos! Las alas cortas, el motor en forma de estrella, la larga cabina transparente hecha de una pieza, los estabilizadores cortados en ángulo recto. Pero en las fotos faltaba la vibración de los colores, el vientre amarillo pálido, el dorso gris verdoso, las grandes cruces negras orladas de blanco. Las fotos no podían reproducir el temblor de las alas, la silueta alargada, la tremenda inclinación del vuelo en picada.
Pero no quiero que se escape mi Focke-Wulf. Ya no tengo miedo. Me encojo, apretando la palanca contra el vientre con las dos manos, y me lanzo a todo gas en una interminable espiral ascendente.
-¡Atención, Look Out! ¡Rompa!-
 
Los gritos se entrecruzan en los auriculares. Quisiera comprender, captar una orden, un consejo.
¡Un Focke-Wulf gira hacia mí! ¡Hay que hacerle frente! Una brusca media vuelta y, sin saber cómo, me encuentro boca arriba, con el dedo en el gatillo, sacudido hasta la médula de mis huesos por el rugido de mis ametralladoras que escupen breves llamaradas. Todo mi ser, todas mis fuerzas se concentran en una sola idea: ¡TENGO QUE IMPEDIR QUE SE SALGA DE MI COLIMADOR! ¿Y la corrección de tiro? ¡No es suficiente! ¡Tengo que hacer un viraje más cerrado! ¡Todavía más, más, más!
Es inútil. Se fue. Pero mi dedo sigue apretando convulsivamente el gatillo. Disparo en el vacío. ¿Dónde está? Me desconcierto. ¡Cuidado! ¡EL BOCHE QUE NO HAS VISTO ES EL QUE TE DERRIBARÁ! Los latidos alocados de mi corazón repercuten en mi vientre, en mis sienes bañadas de sudor, en mis piernas.
¡Ahí está otra vez! Se lanza en picada. Disparo. ¡Fallo! Está fuera de alcance. Me obstino, rabioso. Una última ráfaga. Mi Spitfire vibra, pero el Focke-Wulf es más rápido y desaparece entre la bruma, ileso.
El cielo se ha vaciado de repente. Ni un avión. Como por encanto. Estoy completamente solo. Lanzo una ojeada a la gasolina: 160 litros. Hay que volver. Pongo rumbo a Inglaterra. Un cuarto de hora más tarde vuelo sobre las arenas de Dungeness. Llego al circuito de Biggin-Hill. Por todas partes en el cielo hay Spitfire con el tren de aterrizaje bajo. Me cuelo entre dos secciones y aterrizo. Mientras me dirijo a la zona de estacionamiento veo a mi mecánico con los brazos levantados, haciéndome señas para indicarme el lugar en donde debo situarme. Corto el paso de la gasolina y el contacto.
El silencio es ahora desconcertante y el hecho de poder oír de nuevo las voces no deformadas por la radio produce una rara sensación. Salto a tierra con las piernas flojas y anquilosadas. Martell llega a grandes zancadas y me agarra por el cuello.
-¡Aquí estás mi pequeño Clocló! ¡Creíamos que te habían matado!-
He hecho mi primer gran “sweep” sobre Francia y he vuelto.

Autor: Ceteu, 13/Feb/2008 11:49 GMT+1:


 

LAS PRIMERAS VICTORIAS

Un día más que huele a pólvora. Almorzamos a toda prisa. Esta tarde nuestro objetivo es el aeródromo de Triqueville, que será bombardeado por dos oleadas de 72 Marauder. Triqueville, cerca de El Havre, es el nido de los mejores grupos boches de caza, la famosa “Richthofen” de las “narices amarillas”. Según nuestros informes, han sido equipados recientemente con el último modelo de Focke-Wulf Fw 190, el “A-6”, provisto de un motor más potente y, se afirma, con alerones especiales que les permiten dar vueltas muy cerradas.

Los “Richthofen” son todos pilotos seleccionados, conducidos por el comandante von Graff. Se han especializado con sus nuevos aparatos, y con éxito, en el ataque a nuestros bombarderos diurnos. Primero se intentó bombardearlos en tierra, destruyendo su campo de aterrizaje. Pero en todas las oportunidades despegaron antes del bombardeo yendo a posarse tranquilamente en una de sus tres bases de descongestionamiento: Evreux-Fauville, Beaumont-le-Roger, Saint André de L’Eure. La cosa dura ya cuatro meses y la R.A.F. quiere terminarla hoy, tanto más cuanto que el cuartel general norteamericano de los Marauder ha anunciado que se negará a aceptar cualquier misión en este sector si no se libra de los “Richthofen”.

Por consiguiente, hoy serán bombardeados simultáneamente Triqueville y los otros tres campos auxiliares. En cuanto a nosotros, debemos, caso de que estén ya en el aire, atraparlos a cualquier precio y darles una buena lección. Si es que podemos...

El Canal está cubierto de bruma, pero por encima de los 1.000 metros el tiempo es espléndido. Ni una nube. A mitad de camino entre El Havre y Rouen se ve el Sena, que se arrastra como un gran serpiente de plata. Mouchotte, que es hoy el líder del “wing”, está, como de costumbre, muy sereno. Con cierta ansiedad me doy cuenta de que Martell, que dirige nuestra sección, se separa insensiblemente del resto del grupo y empieza a subir. Al poco rato vemos el resto de los “Turban” como una serie de puntitos perdidos en el azul del cielo.

-Sección amarilla, acérquense un poco-

Cuando Mouchotte nos está llamando al orden es interrumpido por un grito de los “Gimlet” que vuelan a 1.000 metros sobre nosotros, a la derecha:

-¡Por el amor de Dios, Gimlet! ¡Sepárense!-

Es el comandante von Graff, apodado el “Pato Donald”, que ha estado esperando a que pasemos, escondido en el sol con su banda de piratas. Ha faltado poco para que jugase una mala pasada a la 611 y ha sido una verdadera casualidad que uno de los neocelandeses los haya visto llegar. Ha avisado, y todo el mundo da la vuelta, mientras los alemanes se lanzan sobre nosotros a 700 kilómetros por hora.

Todo pasa en un abrir y cerrar de ojos. Al oír el S.O.S. de la 611, Mouchotte ejecuta un brusco viraje con sus secciones Azul y Roja para acudir en su socorro. De esta suerte, nos hallamos aislados, a 1.500 metros por debajo de la lucha principal. Martell nos hace girar a la izquierda y ascendemos para tomar parte en la batalla.
De pronto veo una docena de Focke-Wulf que salen del sol en dirección a nosotros. Guiados por un magnífico A-6 todo pintado de amarillo, brillante y pulido como una joya. Los primeros Fw 190 vuelan ya a nuestra izquierda, a menos de 100 metros. Veo con claridad, en sus largas cabinas transparentes, las siluetas de los pilotos alemanes, inclinados hacia adelante.

-¡Adelante, Turban Yellow! ¡Ataque!-

Martell ya se ha metido de lleno en la formación enemiga. Esta vez ni siquiera tengo tiempo de tener miedo. Aunque se me contrae el estómago, me siento invadido por una oleada de entusiasmo.
Un Focke-Wulf se despega de la formación, dejando tras de sí una espiral de humo negro y Martell, que no pierde el tiempo, persigue a otro. Trato, como buen compañero, de seguirle y cubrirle, pero se me ha adelantado mucho y me cuesta seguirle en sus rizos y en sus virajes a lo Immelman.

Dos boches se lanzan en vuelo cruzado tras él. Abro fuego sobre ellos, aunque están fuera de alcance. Fallo el tiro pero les obligo a dejarlo. ¡Ahora se dirigen hacia mí! ¡Es mi ocasión! Me elevo verticalmente, doy media vuelta de campana y antes que puedan terminar los 180 grados de su viraje me encuentro detrás del segundo. Esta vez totalmente al alcance de mis disparos.

Una ligera presión sobre la palanca y lo encuadro en mi colimador. Casi no puedo creerlo: es una rectificación de puntería fácil a menos de 200 metros de distancia. Sin perder un momento aprieto fuertemente el disparador de mis ametralladoras...

¡Milagro! Las explosiones iluminan el fuselaje. Mi primera ráfaga ha dado en el blanco y de lleno. El Focke-Wulf se incendia al instante. El piloto alemán efectúa un viraje desesperado. ¡De repente el aparato estalla como una granada! Un resplandor deslumbrante, una nube negra y sus pedazos pasan alrededor de mi avión. El motor cae como una bola de fuego.

Grito por la radio: -Yellow One, escuche. Habla Yellow Two. ¡He derribado a uno!-

No tengo tiempo de hablar. Ahora el cielo está lleno de Focke-Wulf que me rozan casi, que me asedian por todas partes con los fuegos artificiales de sus trazadoras. No me sueltan. Pasan continuamente frente a mí, dando tres cuartos de giro a la derecha, a la izquierda. La cabeza me da vueltas y me duelen los brazos. Me quedo sin aliento, pues maniobrar a 700 kilómetros por hora un Spitfire cuyos mandos están agarrotados por la velocidad es un trabajo agotador. Sobretodo a 8.000 metros de altura.

Tengo la sensación de asfixiarme dentro de mi máscara y abro el paso de oxígeno en la posición “emergency”. Los fuertes latidos de mi corazón golpean mis sienes, mis muñecas y mis tobillos.

Haciendo todo lo que puedo, economizando municiones, disparo sobre los Focke-Wulf que pasan a mi alcance. Mis maniobras un poco alocadas me sitúan en la vertical de un alemán, sobre el cual me lanzo en una picada mortal, desentendiéndome de todo lo demás.

Lo veo aumentar de tamaño en mi colimador, casi en primer plano con sus alas cortas, su motor pintado de amarillo y su fuselaje que se afina hacia los estabilizadores. A través del cristal de la cabina veo el rostro del piloto, que me mira. Dos cortas ráfagas y consigo la exacta corrección del tiro. La cabina vuela en pedazos y mis andanadas destrozan el fuselaje justo detrás del piloto. Arrastrado por mi velocidad, voy directamente hacia él. Instintivamente empujo la palanca hacia delante; me golpeo la cabeza contra el parabrisas blindado, pero evito por un pelo el choque. Enderezo bruscamente mi picada y veo como el alemán huye planeando, dejando una estela de humo negro que sale del motor. Una silueta oscura sale de la cabina, da vueltas en el aire, sigue por un instante al avión, luego se abre la gran flor ocre de un paracaídas, que queda como clavado en el aire.

Estoy estupefacto. ¡He derribado dos boches! ¡Dos boches!

El cielo está vacío. Los Focke-Wulf vuelan hacia su base y se confunden, 3.000 metros más abajo, con el paisaje. ¡Todos, menos uno! Al alzar la cabeza veo muy por encima de mí un Spitfire, probablemente el de Martell, y el famoso Focke-Wulf amarillo. Realizan todos los números de la alta escuela. Es fascinador. Virajes a lo Immelman; vueltas de campana, pero sin acercarse una pulgada el uno al otro. De repente, al mismo tiempo, como de común acuerdo, ejecutan un brusco viraje y se atacan de frente. Es pura locura: el Spitfire y el Fw 190, disparando con todas sus armas, se lanzan uno sobre otro. El primero que se aparte está perdido, porque expondrá sin salida su aparato a los proyectiles del adversario.

Con el corazón en la boca veo, en el momento en que la colisión parece inminente, como se estremece el Focke-Wulf, sacudido por el impacto de las municiones, y luego como explota de pronto hecho añicos. El Spitfire, milagrosamente indemne, pasa por entre una nube de trozos inflamados que caen como una lluvia de fuego.
Con un recogimiento casi religioso doy mi primera vuelta de campana victoriosa sobre el campo de aterrizaje.
Martell confirma mi primera victoria: ha visto incendiarse al Focke- Wulf. Mi segundo derribo será homologado, sin duda, gracias a la película de la cámara automática.


Autor: Ceteu, 13/Feb/2008 12:34 GMT+1:


 

Carta de Clostermann a los pilotos argentinos en ocasión de la Guerra de Malvinas

"A vosotros, jóvenes argentinos compañeros pilotos de combate, quisiera expresaros toda mi admiración. "A la electrónica más perfeccionada, a los misiles antiaéreos, a los objetivos más peligrosos que existen, es decir los buques, hicisteis frente con éxito. A pesar de las condiciones atmosféricas más terribles que puedan encontrarse en el planeta, con una reserva de apenas pocos minutos de combustibles en los tanques de nafta, al límite extremo de vuestro aparatos, habéis partido en medio de la tempestad en vuestros MIRAGE - vuestros ETENDARD - vuestros A-4 B - vuestros PUCARA, con escarapelas azules y blancas. A pesar de los dispositivos de defensa antiaéreas y de los SAM de buques de guerra poderosos, alertados con mucha anticipación por los AWACS y los satélites norteamericanos, habéis arremetido sin vacilar. Nunca en la historia de las guerras desde 1914, tuvieron aviadores que afrontar una conjunción tan terrorífica de obstáculos mortales, ni aún los de la RAF sobre Londres en 1940 o los de la LUFTWAFFE en 1945.
"Vuestro valor ha deslumbrado no solo al pueblo argentino sino que somos mucho los que en el mundo estamos orgullosos que seáis nuestros hermanos pilotos. "A los padres y a las madres, a los hermanos y a las hermanas, a las esposas y a los hijos de los pilotos argentinos que fueron a la muerte con el coraje más fantástico y más asombrosos, les digo que ellos honran a la ARGENTINA y al mundo latino.
"¡ Ay!.. la verdad vale únicamente por la sangre derramada y el mundo cree solamente en las causas cuyos testigos se hacen matar por ello."

Pierre Clostermann

 


No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos (Martin Luther King)

Miguel Martinez...
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Saludos.

 

Recuerdo  haberlo visto  al final de su vida en el pueblo de Montesquieu, donde tenia yo familia, cerca de la frontera española, en el Rosellon, era un aniciano tranquillo,  algo gordete,  que gustaba de pasear por los caminos rurales.

He hablado con el, alguna vez,  no de aviones, pues ya conocia su trayectoria, pero si de banalidades y de politica.