El paleolítico americano: teorías sobre el origen de las primeras poblaciones

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Eli_Silmarwen
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El paleolítico americano es un tema mal estudiado y poco investigado. La culpa es sin duda de los mismos prehistoriadores americanos. Los arqueólogos y prehistoriadores de América Latina se concentran en la rica herencia urbanística post-paleolítica de sus países. Por lo que, generalmente, las fases del nomadismo glaciar y post glaciar se ignoran o son explicadas superficialmente. Pero, sobre todo, la culpa es de los investigadores norteamericanos. El interés de los estadounidenses por lo prehistórico es exiguo en comparación al que sienten por los dinosaurios o los meteoritos. No está claro el por qué. Es posible que se deba en parte al conflicto creacionista que desde hace tiempo avergüenza a la comunidad científica americana. Pero también es posible que tenga que ver con cierto sentimiento de criollismo. Al fin y al cabo, la prehistoria que estudian no es la suya, sino la de los pobladores americanos que siglos después ellos arrollaron y confinaron a un medio genocidio, prácticamente ignorado en la actualidad pero que podría removerse si un porcentaje demasiado alto de estadounidenses tomasen conciencia de su condición de “extraños” en este continente…

Decía, el paleolítico americano es un tema mal estudiado. Tan mal estudiado que hasta hace poco el lío era monumental, las cronologías mayores para América del Sur que para Norteamérica, las culturas escasas e indeterminadas, las teorías semifantásticas o excesivamente dogmaticas. Y pese a todo, no es porque el interés acerca del origen de los amerindios sea reciente. Ya los primeros colonizadores españoles trataron de explicar cuál era la procedencia de estas gentes. Hablamos de las teorías pre-darwinianas.

Os lo podéis imaginar… historias fantásticas y absolutamente carentes de pruebas, que van desde una emigración judía a un autoctonismo nacionalista. No merece la pena detenerse mucho tiempo. Es un tema curioso para el que se interese por la erudición de los conquistadores y de sus relaciones con los indios, pero para el aficionado a la prehistoria no cuentan demasiado. Orígenes semitas, antiguas inmigraciones griegas, asentamientos fenicios y hasta un poblamiento de los míticos atlantes. Alguno hasta se atrevió a aventurar que el Jardín del Edén era en realidad la selva amazónica y que allí surgió el linaje de Adán para después difundirse por el resto del planeta.

Pero merece la pena mencionar a una excepción, el español José Acosta que en 1590 escribió con sorprendente intuición:

(…) En lo que me resumo es que el continuarse la tierra de Indias con esas otras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y más verdadera razón de poblarse las Indias; y tengo para mí que el Nuevo Orbe e Indias Occidentales, no ha muchos millares de años que las habitan hombres, y que aquellos aportaron al Nuevo Mundo por haberse perdido de su tierra o por hallarse estrechos y necesitados de buscar nueva tierra (…)

José Acosta, Historia Natural y Moral de Indias, 1590.

Muy razonable. Algunos tomaron en cuenta esta hipótesis, pero la mayoría sencillamente la ignoró. Desde los primeros asentamientos europeos hasta bien entrado el siglo XIX, las teorías que priman son las que se basan en las Escrituras. La opinión más generalizada es que los indios estaban allí porque los colocó Dios, y no había que buscarle más razones.

Todo esto cambió, por supuesto, con el “advenimiento” de Darwin. El desarrollo de la biología y el renovado interés científico por los orígenes del hombre desestiman rápidamente las teorías pre-darwinianas. Algunas mentes inquietas acuden a los fósiles y a las Asociaciones de Antigüedades para buscar respuestas. Esto siempre (por supuesto) bajo el amparo de las nuevas teorías evolucionistas y una perspectiva científica que busca la verdad, no cuentos ni soluciones condescendientes. Podemos hablar ya de teorías post-darwinianas.

 

La primera en sí no es verdaderamente científica. En realidad, sirve de puente entre el coleccionismo y las viejas ideas del siglo XIX y el nuevo albor científico que comenzará en el XX. Algunos la han llamado teoría autoctonista, y su autor es el argentino Florentino Ameghino. Ocurrió que Ameghino descubrió unos extraños huesos en la Pampa argentina (1879), huesos no catalogados que compartían características con los humanos modernos y los simios. A partir de estos huesos (y únicamente a partir de ellos) dedujo que se trataba de una antigua forma homínida que evolucionó en la Pampa en la era terciaria, y que más tarde daría origen al hombre moderno.

Los huesos y la teoría se presentaron en el Congreso Internacional de Americanistas de ese mismo año, y causaron gran revuelo. Ameghino suponía que si el origen del hombre era la Argentina, después tuvo que cruzar al norte y más tarde a Asia y Europa a través de “puentes intercontinentales”. La mayoría de investigadores lo desestimaron. Y pocas décadas después, el americano Alex Hrdlicka demostró que la teoría estaba mal cimentada, en base a 1) la mala datación de los estratos (era cuaternaria en vez de terciaria), 2) mala identificación de los restos (se descubrió que pertenecían a monos americanos, algunos felinos y humanos recientes) y 3) la inexistencia de “puentes intercontinentales” durante el terciario.

Fue este señor Hrdlicka, justamente, el autor de la teoría más famosa y más ampliamente aceptada acerca del poblamiento americano. La verdadera primera hipótesis post-darwiniana: la Teoría Inmigracionista Asiática.

En términos generales, es la teoría que nos ha explicado LaBaracA (aunque sin el componente genetista, obviamente, del que más tarde diré algo). Se propone que se realizaron unas migraciones masivas de paleomongoloides a través del estrecho de Bering durante la glaciación de Wisconsin (Würm). Se debieron utilizar varios accesos, el Istmo de Beringia, las Islas Aleutianas y quizá la corriente Kuro-Shiwo (como dice Axlor, muchos especialistas empiezan a darle más importancia al tránsito naval, aunque en embarcaciones precarias, sobre todo en vista de los problemas que generan las cronologías del Wisconsin).

Para tratar de probar su teoría, Hrdlicka estudió diversas culturas americanas y las comparó entre sí. Las conclusiones a las que llegó son bastante controvertidas. Por lo que respecta a las semejanzas antroposomáticas entre los asiáticos y los amerindios, propuso que los ojos, el cabello, la posición de los pómulos, la dentición y la “mancha mongólica”, un antojo de nacimiento que se da tanto en americanos como en asiáticos, eran pruebas concluyentes. Además, pudo comprobar las semejanzas de varias lenguas indígenas y estableció que todas eran variantes de una misma y única lengua paleolítica aglutinante y polisintética.

Estos resultados forzaron a Hrdlicka a formular su tesis con un matiz especial. Sostuvo que el conjunto de los pobladores americanos tenían un origen único, que todos procedían de un mismo lugar y compartían rasgos de una misma cultura. Es decir, propuso un origen monoracial del poblamiento americano.

Se trata, quizá, de la mayor controversia acerca de los orígenes de los amerindios. ¿Proceden todos del mismo lugar o vienen de sitios distintos? ¿Monoracial o multirracial? La cuestión está aún hoy por zanjar.

Como he comentado, Hrdlicka propuso que el origen de los americanos era único. Y, según sus propias investigaciones, bastante reciente; no anterior al 14.000 AC. Así pues, alrededor del 14.000 o el 12.000 AC se tuvo que producir una migración asiática masiva, lo suficientemente grande como para poblar el continente americano y lo suficientemente concentrada, vista la procedencia común y la estrechez de las cronologías. Problemas: un movimiento de estas características debía, sin duda, dejar un registro importante. Pero el registro faltaba.

Poco después se fueron refutando algunas de las observaciones de Hrdlicka. Los lingüistas confirmaron que las lenguas amerindias eran bastante distintas entre sí. No todas eran aglutinantes y polisintéticas, ni mucho menos parecían tener un origen común. Los porcentajes sanguíneos resultaron ser totalmente distintos entre las poblaciones asiáticas y las indígenas americanas. Y, poco a poco, empezaban a descubrirse instrumentos líticos y restos humanos con una cronología superior al Wisconsin. Y, en fin, el profesor Mendes Correa, en compañía de varios antropólogos, desestimó las semejanzas antropológicas: eran demasiado variables y demasiado inespecíficas. Definitivamente, la teoría de Hrdlicka no satisfacía definitivamente los intereses científicos.

 

Por así decirlo, había que “llenar los huecos” que dejaba el inmigracionismo asiático. En cierto modo, la teoría del paso de Bering fue aceptado por la mayor parte de la comunidad científica (sobre todo por la norteamericana), pero en su versión monoracial era insuficiente para dar una respuesta satisfactoria.

El primer prehistoriador en proponer una explicación alternativa fue el francés Paul Rivet. La Teoría Inmigracionista Oceánica propone, en resumen, que aparte de la migración asiática tuvieron que producirse otras, probablemente de origen oceánico, de cronologías diversas, a través de rutas transpacíficas.

El estudio antropológico de varios pueblos amerindios dio como resultado, según el francés, dos núcleos principales de emigración: la Melanesia y la Polinesia. La procedencia melanésica fue fechada por Rivet a comienzos del Holoceno y las tribus de procedencia guineana se distribuyeron en Centroamérica. Para apoyar esta teoría Rivet argumentó distintas semejanzas antropológicas (osamenta, grupo sanguíneo, etc.), culturales (mutilación de falanges, cabezas trofeo, uso de hamacas, mosquiteros, puentes colgantes, etc.) y lingüísticas, tanto en léxico como en gramática y sintaxis.

Para sostener la procedencia polinésica, también argüía razones de semejanza. Especialmente lingüísticas y culturales (más sólidas incluso que las anteriores, en lo referente a herramientas, cultivos, ritos y mitología). Esta vez, la distribución de los polinésicos se localizó en las costas occidentales de Sudamérica.

Un hecho interesante que acompañó al desarrollo de esta hipótesis fue la famosa expedición Kon-Tiki que realizó el noruego Thor Heyerdal. Éste, sin posicionarse en un lugar concreto de la controversia sobre el poblamiento de América, se propuso demostrar que quizá se estaba planteando el problema a la inversa, es decir, que el movimiento se produjo de Sudamérica al Pacífico y no al revés. Para demostrar esto cruzó el Pacífico en una primitiva embarcación peruana denominada Kon-Tiki. Tras tres meses de travesía, consiguió terminar el viaje de forma satisfactoria. Y dijo al respecto: «Las islas del Pacífico están situadas muy al alcance de las embarcaciones prehistóricas del Perú. Aunque no probamos necesariamente la teoría de la inmigración, si demostramos que las embarcaciones de balsa sudamericanas poseen cualidades desconocidas hasta hoy».

Lejos de favorecer un planteamiento anti-oceanista, esta expedición reforzó la convicción de que era posible realizar grandes viajes por el Pacífico. Me han llegado rumores de que la expedición de Heyerdal se ha repetido recientemente (con resultados desastrosos); tendremos que estar atentos a las últimas averiguaciones.

El problema de todo esto es que Rivet planteó su teoría como una sucesión constante de oleadas, casi una invasión. Es por esta razón por la que al principio (antes de la expedición Kon-Tiki, 1947) no se la tuvo prácticamente en cuenta. Pero los hallazgos arqueológicos y las pruebas de arqueología experimental le dieron un fuerte empuje entre el público en general y una gran difusión entre los detractores de Hrdlicka. El estado de la cuestión es complicado; los pupilos de los pupilos de Hrdlicka siguen afirmando dogmáticamente que Bering fue el principal (por no decir el único) punto de poblamiento americano. Pero, como ya he dicho, los hallazgos arqueológicos y los prehistoriadores sudamericanos pujan cada vez con más fuerza por la posibilidad de asentamientos oceánicos en América del Sur, si bien no tan numerosos como propuso en su día Rivet.

Ya que la cuestión paleolítica se encuentra tan atrasada en el suelo americano, es frecuente que los problemas atraigan a europeos más versados (o que en ocasiones se exporten intencionadamente a Europa por la urgencia de encontrar soluciones). A este respecto, la opinión de los prehistoriadores europeos es bastante favorable a la posibilidad de migración oceánica. Sin ir más lejos, el último y más controvertido capítulo de esta teoría la acuñó un arqueólogo portugués. Se trata de Mendes Correa y la Teoría Inmigracionista Australiana.

En la misma línea que sus predecesores, Mendes Correa observó numerosas similitudes entre los grupos amerindios y una determinada etnia de Asia/Pacífico, pero una especialmente lejana: los aborígenes australianos. Tanto desde el punto de vista físico (grupo sanguíneo, forma del cráneo, resistencia al frío) como lingüístico y cultural (chozas con forma de colmena, boomerang, zumbador/diyiridú). Según Mendes Correa, alrededor del 6000/5000 AC, se produjo una migración australiana a través de una ruta muy particular: usaron balsas sencillas para pasar a Tasmania, después a las islas Auckland y finalmente a la Antártida. Según los cálculos geológicos, este continente gozaba por aquél entonces de un clima óptimo que permitió un asentamiento primitivo (tal vez al modo de Groenlandia y los vikingos) y una exploración de las costas hasta Cabo de Hornos. Esta ruta sería utilizada en varias ocasiones, hasta que un número significativo de australoides llegasen a la Tierra de Fuego y se dispersasen por la Patagonia. Se propuso una variante que funde la teoría polinésica/australiana. Jorge Montandon supuso que el parecimiento entre los indios y los australianos pudo deberse a que los maoríes llevaron consigo esclavos australoides (es un hecho contrastado que la esclavitud era frecuente entre las sociedades polinésicas/melanesias).

¿Es demostrable este hecho? Difícilmente. Nadie ha tratado de simular la odisea como en el caso de Heyerdal. Pero las similitudes parecen más fuertes en esta ocasión que en ninguna otra (aun cuando la cantidad de grupos que se englobarían dentro de la “descendencia australiana” serían muy pocos; no los recuerdo todos, los Onas, los Kon y los Yagán de la Tierra del Fuego entre otros). Por supuesto, Correa sostiene que la emigración debió realizarse en una etapa temprana -5000 AC, como ya he dicho- con tal de que hubiese dado tiempo a los primitivos australianos a explorar la costa antártica. Pero aunque trata de insinuar que este movimiento sería el protagonista de una parte importante de las poblaciones post-paleolíticas americanas, es muy poco probable que realmente sea así. De producirse la emigración australiana, su descendencia apenas abarcaría las denominadas etnias que han demostrado semejanzas fisiológicas y culturales. En modo alguno una porción significativa de la población indígena americana.

Siguiendo con el repaso a las teorías sobre el poblamiento de América, deberíamos comentar ahora una que cita Axlor y que ha estremecido a numerosos prehistoriadores y arqueólogos europeos… Los señores Bradley y Stanford, responsables del yacimiento paleolítico de Meadowcroft (Pensilvania), hallaron en 1999 utensilios líticos pre-Clovis que se asemejaban a los solutrenses europeos. Los resultados de las dataciones iban más allá de lo que, en ese momento, se estimaba la fecha tope de presencia humana en América: 18.000 años AC.

Con estos datos y únicamente con estos datos, Bradley y Stanford propusieron que alrededor del 19.000 AC grupos de cazadores/recolectores europeos atravesaron el Atlántico mediante una navegación de cabotaje a través del glaciar Wrüm (¿pleniglaciar?), Islandia, Groenlandia (o los glaciares del Wisconsin) hasta llegar a la costa este de lo que hoy es Estados Unidos. Yo no estoy en función de sentar cátedra acerca de esta teoría, pero estimo legítimo que al menos me suene un poco cogida por los pelos. Que yo sepa, está por demostrar que se pudiese realizar una navegación del tipo que proponen Bradley y Stanford en el 18.000 AC. Y de las “semejanzas” entre las pre-Clovis de Meadowcroft y las puntas solutrenses… bueno, más tarde hablaremos de ello.

Suponiendo que el origen del yacimiento de Meadowcroft fuese una emigración europea, esta habría sido, en el mejor de los casos, de un número reducidísimo de individuos (y de una influencia ínfima en el panorama cultural del paleolítico americano). Los prehistoriadores europeos son bastante escépticos acerca de este posible movimiento. Realmente, parece una teoría más inventada que cimentada científicamente. No sé que pensará Freeman, pero a Hatshepsout le recomendaría que la tomase con mucha, mucha incredulidad.

La última teoría que merece ser nombrada tiene al menos una línea de parentesco fisiológico, que siempre es más sólido que el cultural. Se trata del famoso “hombre de Kennewick”. Hace unos veinte años, fue descubierto en las costas occidentales de Norteamérica un cráneo muy desemejante de las características morfológicas amerindias. Algunos argüían una procedencia caucásica, otros anio-japonesa, que es la que finalmente ha prevalecido. El prehistoriador Richard Jantz propuso que alrededor del 8000 AC (la fecha en que fue datado el cráneo) grupos asiáticos no mongoloides (aino-japoneses fundamentalmente, no hay evidencias de otros pobladores) atravesaron el océano por rutas transpacíficas hasta la costa Oeste de América del Norte. Posteriormente, según Jantz, o bien se cruzaron con los mongoloides del cordillerano, inclusive con los polinesios, o bien se extinguieron.

Podéis imaginaros: fue la idea más descabellada del mundo hasta hace bien poco (a-científica, como dice Axlor). Los detractores de esta teoría tenían numerosas razones para desestimarla. Principalmente 1) las evidencias eran insuficientes, 2) el polimorfismo de las etnias asiáticas puede provocar confusiones y 3) rasgos mongoloides inespecíficos; en palabras de Francisco Mena: «(…) la morfología mongoloide, que caracteriza a las razas americanas, no existía hace más de 10 mil años, ni siquiera en Asia, por lo que perfectamente estos primeros habitantes pudieron provenir de Siberia y tener otra apariencia que fue cambiando con el tiempo». Y lo del cruzamiento/extinción… bueno, si aquí en Europa ya nos armamos un lío con el cruzamiento entre sapiens y neandertal, imaginaos en este caso.

Sea como fuere, la teoría, desechada casi totalmente al principio, se recuperó ante nuevas evidencias arqueológicas e hipótesis de parentesco cultural. Hoy en día se vuelve a considerar con mucha incredulidad.

Todas estas son las teorías sobre el poblamiento americano. Ahora trataremos de dilucidar cual es el estado de la cuestión, y en que se basan unos y otros para acreditar o desautorizar las respectivas teorías.


Pues bien, ¿recordáis que dije que la cuestión del poblamiento americano era compleja? Espero que lo hayáis tenido en cuenta según iba enumerando las teorías (que seguro que a más de uno le suenan a ciencia ficción…). Para la parte que vamos a tratar ahora, ¡¡pensad que es diez veces más complicada‼ Vamos a hablar del paso de Bering.

Los especialistas, la mayoría discípulos de Hrdlicka, sostienen que esa “gran migración” tuvo que producirse en algún momento reciente del Wisconsin, alrededor del 12.000 AC o un poco antes. Según estas consideraciones (no sé muy bien en qué se basó Hrdlicka para fechar el cruce en este momento, probablemente fue en la cronología Wisconsin/Würm, de la que ahora hablaremos un poco), y los primeros registros arqueológicos de América del Norte –de los que casi ninguno se fechaba antes del 12.000 AC– llevaron a confirmar la teoría de Hrdlicka (incluida la vertiente monoracial) por la inmensa mayoría de investigadores. Las teorías alternativas se desecharon.

El problema es que comenzaron a descubrirse yacimientos con cronologías superiores a los 12.000 años AC. Los investigadores de las tecnoculturas del paleolítico americano (de las que Axlor habla en detalle) habían clasificado, antes de este momento, dos culturas fundamentales consideradas las más antiguas del continente americano (norteamericano, en realidad): la de las puntas Clovis (12.000/11.000 AC) y la Fólsom (9.000 AC). Pero pronto se hallaron evidencias de presencia humana y material lítico en cronologías anteriores: Tule Springs (Nevada), 32.000 AC; Monteverde (Chile), 30.000 AC; Isla Santa Rosa (California), 29.000 AC; Tlapacoya (México), 23.000 AC; Scripps Campus (California), 21.000 AC.

La mayoría de las fechas fueron desestimadas (y algunas aún siguen provocando hoy en día mucha controversia). ¿Era posible que el hombre hubiese llegado a América treinta mil años antes de nuestra era? Había que ver si podía ser, había que revisar las cronologías y los movimientos del Wisconsin.

Las últimas investigaciones geológicas sobre la glaciación Wisconsin han sido muy interesantes. Tradicionalmente, se venía suponiendo que los períodos Wisconsin coincidían casi sincrónicamente con los del Würm, la última glaciación europea. Hace dos o tres décadas, esto empezó a cuestionarse y se realizaron estudios geológicos para decidir si la correlación era válida o no. Poco a poco las mediciones se han ido perfeccionando, y los resultados avanzan cada vez más al bando del «no».

Aunque es cierto que se dan por las mismas causas y se desarrollan más o menos al mismo tiempo, los movimientos no son iguales. La tendencia actual es considerar que las fases estadiales Würm coinciden con las interestadiales del Wisconsin, y aún con ciertos matices regionales. Y más importante todavía, el Wisconsin dura cuatro mil años más que el Würm. (Es decir que el Holoceno –“Neotermal”– norteamericano -¿y el sudamericano?– comienza cinco mil años después que el europeo).

Este era el primer escollo con el que tenían que lidiar los partidarios más dogmáticos de la teoría del paso de Bering. Posteriormente (medio corregida la cronología), se comprobó que no todas las regresiones permitían una penetración tan feliz como la que en sus días expuso Hrdlicka… Es cierto que se hallaron restos (pocos) de fauna pleistocéncia de uno y otro continente en el territorio contrario, pero posiblemente la migración de estas especies se produjo bastante antes del Wisconsin. Dentro del marco cronológico de esta glaciación, las posibilidades se redujeron a dos o tres oportunidades: 63.000-52.000 AP; 23.000-13.000 AP. Durante estas épocas la penetración podría haber sido posible. Pero también había que considerar si el corredor que comunica Alaska con el centro de Norteamérica estaba cerrado por las placas Lauréntida y Cordillerana… esto se producía más o menos al unísono, pero lo suficiente como para reducir aún más las posibilidades de cruce: 63.000-52.000 AP; 23.000-20.000 AP.

Se trataron de buscar explicaciones. No era necesario cruzar el estrecho a pie. Muy posiblemente los grupos humanos practicaron una navegación de cabotaje, al menos en lo esencial, como se ha venido realizando en épocas históricas con medios muy simples por grupos esquimales (Eiroa, 2003). Pero, en ese caso, al teoría de “oleadas masivas” se debilitaba (y si era posible suponer una navegación de cabotaje por Bering, también era factible imaginarla en la Antártida o por las islas del Pacífico).

Y si la cuestión ya era lo suficientemente difícil, entonces empezaron a descubrirse evidencias más antiguas de presencia humana en América: Engigstciak (Canadá), 20.000-40.000 AC; Ayachuco (Perú), 50.000 AC; Old Crow (Yukón), 72.000-77.000; Calico Mountains (California), 192.000-200.000 (‼); Valsequillo (México), 200.000 AC; y Toca da Esperança (Brasil), 250.000 y 200.000 AC. Sin comentarios…

¿Qué posición tomar ante todo esto? Lo dicho, el lío es monumental. Ni hoy en día se puede sacar mucho en claro. Los restos arqueológicos parecen demasiado numerosos como para desestimarlos, pero aún hay gente que lo hace (mi profesor de Prehistoria, por ejemplo, dice que TODAS las mediciones están contaminadas). ¿Es posible que el afán de protagonismo personal de los investigadores americanos esté dificultando la corrección y calibración de las fechas? Pues sí, puede ser. Con dos yacimientos. Tres, a lo mejor. Cuatro, cinco… pero, ¿todos? Parece realmente difícil que se haya llegado a una situación en la que unos cuantos investigadores indisciplinados estén frenando el avance de los conocimientos sobre el paleolítico americano por simple ansia de protagonismo.

Entonces, ¿cuáles son los yacimientos buenos, cuáles los malos, cuáles son accidentales? Y en base a esto ¿cuál es la presencia humana más antigua de América? Es increíble, pero no lo podemos saber. La solución de emergencia a la que han llegado los prehistoriadores europeos (mucho atónitos ante cómo se han estado desarrollando las cosas en América) es que aunque no se deben aceptar todas las pruebas –seguramente iremos sabiendo que un buen número están equivocadas– y datos sin someterlos a una crítica adecuada, parece claro que América estuvo relacionada con el mundo asiático mucho antes de las fechas propuestas inicialmente y que, una vez se produjeron las primeras inmigraciones, nunca interrumpió del todo sus contactos.

No he encontrado bibliografía reciente capaz de destacar una fecha sobre las demás. Las cronologías superiores a 70.000 años AP parecen muy, muy dudosas. Y tal vez se rectifiquen las dataciones, pero es de suponer que no demasiado (un error de quince mil años es comprensible, pero uno de doscientos mil, poco probable). Lo que sí podemos afirmar es que las teorías sobre un poblamiento reciente de 12.000 o 14.000 son, hoy por hoy, prácticamente anticientíficas.

Pero ¿quién sabe? Hasta hace poco, las teorías anticientíficas eran las que aseguraban que pudieron establecerse grupos reducidos de maoríes en las costas occidentales de Sudamérica. Y aunque nunca se han aceptado completamente (nunca se ha aceptado que una parte considerable del poblamiento americano pudiese justificarse por las migraciones oceánicas), hoy en día los investigadores se han visto forzados a aceptar la posibilidad del establecimiento de grupos polinésicos y australoides aislados, relativamente poco numerosos, en ciertas zonas americanas. Nunca se sabe cuando puede surgir una nueva sorpresa arqueológica.

A partir de esta aceptación de las teorías tradicionalmente consideradas más secundarias, comenzaron a establecerse semejanzas surrealistas entre culturas prehistóricas americanas y algunas otras asiáticas, oceánicas y hasta proximorientales y africanas (!). La relación entre algunos instrumentos líticos pre-Clovis y algunas tecnoculturas asiático-siberianas ha sido confirmada, pero en la valoración estos otros datos (de apariencia fantástica) hay que tener en cuenta el problema planteado muchas veces ante tales paralelismos: la posibilidad de establecer directrices que determinen si las semejanzas culturales que observamos son producto de un fenómeno de difusión cultural (difícil de probar) o por el contrario, fruto de un proceso evolutivo paralelo, o de una simple convergencia fortuita.

Autor: Temistofanes

 


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Desde: 15 Ago 2009

Me entero hoy (31 de octubre de 2008) en la Facultad de que se ha publicado un nuevo trabajo acerca del poblamiento americano, a cargo de Rolando González-José, María Cátira, Fabricio R. Santos y Sandro Bonatto, investigadores del Centro Nacional Patagónico (Argentina).

Se trata de un proyecto multidisciplinar que ha contado con la colaboración de diversos expertos (en antropología, genética, prehistoria, etc.) Destaca el estudio comparado de más de quinientos cráneos de diversas épocas y regiones asiatico-americanas. Todavía no he localizado el estudio en sí, ni ningún comentario a cargo de los autores. Las pocas fuentes disponibles destacan varias conclusiones.

1. No hubo una única oleada pobladora, sino un flujo ininterrumpido Asia-América

2. Ciertos rasgos anatómicos (fundamentalmente craneales) entre las distintas poblaciones paleoasiáticas y americanas sugiere que "son dos extremos de una variación morfológica continua"

3. Los investiadores apuestan por un contacto masivo durante el Holoceno, hace unos 10.000 años

4. Se propone una considerable diversidad craneofacial entre las poblaciones fundadoras paleomongoloides que explique ciertas particularidades reginales del poblamiento americano 

5. No se descartan pequeñas incursiones de pobladores oceánicos (no se especifíca polinésicos, melanésicos o australoides); pero se puede desechar definitivamente que estos movimientos llegasen a significar un porcentaje considerable del total de población americana en algún momento.

6. La zonas preferentes de procedencia fueron Siberia y Beringia

Aunque, como digo, no he localizado el texto original ni la valoración que acen los autores, no me ha faltado tiempo para dar con las primeras críticas, algunas realmente problemáticas.

1 → No he podido confirmar la interpretación particular de este punto, pero como se puede ver en la cita, la mayoría de autores ya consideraban seriamente esta posibilidad de contacto continuado. Las evidencias arqueológicas lo sugerían de manera bastante convincente; el estudio, en todo caso, sólo viene a confirmarlo.

2 → Correcto. Sólo recordar que hay que tener cuidado con los estudios comparativos anatómicos, porque en ocasiones pueden darse paralelismos o desemejanzas de difícil explicación. Pero esto, en cualquier caso, ya es tarea para los antropólogos y los paleontólogos.

3 → Es aquí donde se detecta el principal error del trabajo. En primer lugar, pasa por alto las evidencias arqueológicas de un poblamiento anterior a los 10.000-12.000 años AC. Después, ignora el hecho de la no coincidencia de la recesión en el mar de Beringia y el despeje del corredor entre Alaska y California entre las placas Lauréntida y Cordillerana. Por último, contradice los últimos estudios geoclimáticos que aseguran una personalidad propia para los fenómenos paleoclimáticos americanos. Entre ellos, la irrupción del Holoceno ('Neotermal'), mucho más tardía en el caso norteamericano, alrededor del 4.500 AC. Hay que ser cautos con este tipo de críticas, pero este dato en concreto parece evidencia de una falta importante de rigurosidad científica. Ni se pueden ignorar las evidencias de un poblamiento superior al 10.000 AC ni se pueden establecer paralelismos entre los fenómenos climáticos de Europa y América.

4 → De nuevo una cuestión para los antropólogos. En principio se contradice con el punto 6, en tanto que un mayor polimorfismo suele significar una procedencia más diversa.

5 → Ídem punto 1.

6 → Ver punto 4.

Es algo todavía muy fresco, seguramente habrá que esperar un par de semanas a que las críticas se materialicen en uno o dos artículos serios. También tardarán un poco en traducir algunas de las partes más significativas y en presentarlas ante la sociedad prehistórica europea; ya veremos que opina de el nuevo estudio, pero, por lo pronto, parece que no aclara demasiado algunos de los problemas principales sobre la cuestión, como las altas cronologías de algunos yacimientos o las desimetrías entre los fenómenos geoclimáticos europeos y americanos.

En fin, es una buena noticia que el tema no esté abandonado. No se hacía un estudio de estas características desde hace más de veinte años.

Autor: Temistofanes

 


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