
La herejía de los cátaros, llamada corrientemente de los albigenses, porque la ciudad de Albí fue uno de sus centros principales, era mucho más que un movimiento de carácter religioso, pues llevaba aparejada una moral y una concepción social.
Desde el punto de vista religioso, no sólo sostenía, con clara ascendencia oriental, el principio de la dualidad divina, sino que desfiguraba o negaba los principales dogmas del catolicismo. Su moral partía del principio de que todo lo material es detestable. Pero su mismo radicalismo excluía de ella a la masa de los creyentes, que sólo había de procurar imitar a los sacerdotes o “perfectos”, y que tenía asegurada la salvación final por el “consolamentum”, especie de bautismo o absolución, por imposición de manos, administrado en la hora de la muerte. Se basaba la creencia de los “cátaros” (palabra que proviene del griego "Katharoi", que significa "puro") en dos dioses supremos: el del Bien y el del Mal. El universo espiritual emanó del dios del Bien; el corpóreo, del dios del Mal. El hombre es un espíritu creado por el dios del Bien, pero uncido después, por el dios del Mal a un cuerpo que le degrada. Los Cátaros a pesar de que se confesaban a sí mismos como cristianos, muy pronto fueron separados de la iglesia de Roma y declarados herejes. Basaban su fe en la Biblia y, principalmente, en el Evangelio de Juan, el cual interpretaban de forma puramente espiritual. No había entre ellos ninguna jerarquía, todos eran hermanos. Él, el Cristo, había prohibido todos los títulos: sólo Él era el Maestro y únicamente Dios era el Padre.