Los hombres han conservado, a través de los siglos, los textos que sus antepasados les legaron mediante una labor muchas veces minuciosa y agotadora. La imagen del monje copista medieval o del humanista viajero y cazador de libros son claros ejemplos de como la humanidad se ha esforzado por recuperar y recordar. No obstante, también hemos visto, y podemos ver en nuestros tiempos, como nuestros semejantes se afanan en deshacerse de esos mismos objetos. Podríamos ser ingenuos, y argumentar que quienes conservan y destruyen son fuerzas opuestas y maniqueas, con objetivos contrarios. Pero, a poco que reflexionemos, vemos como la conservación y la destrucción de la cultura escrita han tenido, en muchas ocasiones, las mismas finalidades y como incluso han sido los mismos agentes quienes han salvado y destruido la palabra. Es aquí donde surge la paradoja y cabe preguntarse como es esto posible.