A la muerte de Alejandro Magno, Atenas aprovechó la oportunidad para volver a apostar por obtener la hegemonía en Grecia, lanzando una campaña de liberación. A la orgullosa flota ateniense -heredera de aquella flota triunfante en Salamina- se le encomendó aplastar a los macedonios en el mar. A primera vista la tarea parecía sencilla pues todos consideraban a los macedonios unos "marineros de agua dulce".