Aro, el guerrero lobo

Año 210 a. C. Aro y su familia se sienten satisfechos porque su ciudad, Albocela, a orillas del río Durius, se ha recuperado al fin del ataque de Aníbal Barca, sufrido diez años antes. Los años de penurias han pasado, las cosechas han vuelto a ser abundantes, podrán volver a comerciar con los pueblos vecinos y Albocela volverá a ser una de las más importantes entre las ciudades vacceas. Pero no todas las noticias son buenas. En el este de la Península ha desembarcado un nuevo general romano, Publio Cornelio Escipión, que se ha propuesto derrotar a los cartagineses. Aro y los suyos odian a los púnicos, pero temen que los romanos no se conformen con vencer a sus rivales y se propongan ampliar sus dominios.
Escipión, por su parte, sabe cómo derrotar a los cartagineses: ha de acabar con su dominio en Hispania y conseguir llevar la interminable guerra a África, para obligar a Aníbal Barca a salir de Italia. Los cartagineses han matado a su padre y a su tío y la situación de Roma en Hispania es crítica. Pero Escipión es tenaz y resuelto: sabrá llevar sus planes a cabo. Tras varios años de lucha, Escipión derrota a Aníbal en Zama. Cartago se ve obligada a firmar la paz.
Los temores de los vacceos se confirman cuando Roma, tras derrotar a Cartago, decide conquistar el territorio que su enemigo ha dejado libre. Comienza a luchar contra las tribus hispanas que no se someten y a avanzar hacia el interior de la Península, hacia el territorio vacceo. Declarar que la tierra conquistada es una provincia romana deja bien claras sus intenciones.
Coriaca, la esposa de Aro, opina que los vacceos deben unirse bajo el mando de un líder que los conduzca a la victoria ante la amenaza romana, pero él sabe que esa es una posibilidad muy remota a menos que intervengan los dioses. Coriaca empieza a trazar un plan para que los dioses intervengan… Y los dioses parecen haber decidido que intervendrán. Mientras tanto, Roma sigue avanzando y ya amenaza a los carpetanos, cuyo territorio se extiende al sur del de los vacceos, en el valle del Tagus. Los albocelenses son convocados a Septimanca: el pueblo vacceo debe decidir si acude en ayuda de los carpetanos. Allí, en Septimanca, un anciano druida señala el manto de piel de lobo que cubre los hombros de Aro, regalo de su hermano Docio, como la señal de que el albocelense es el enviado de los dioses para guiar a los vacceos al combate. La guerra se acerca y Aro, a pesar de sus dudas, deberá acatar la voluntad de los dioses y la de los hombres; la druida Vindula se encargará de ello.
Los guerreros vacceos, encabezados por Aro, viajan al sur para reunirse con los carpetanos y los vettones, sus incómodos vecinos. Se ponen a las órdenes de Hilerno, rey de los carpetanos, para hacer frente a los romanos.
- Inicie sesión o regístrese para enviar comentarios