La despedida de los Austrias
El testamento de Carlos II: Presionado por todos, se vio impelido a hacer algo que a él debía resultarle repulsivo, pero que debió considerar necesario: hacer testamento y hacerlo a favor del nieto de Luis XIV, con la condición expresa de que ambas coronas permanecerían separadas.
El 11 de octubre de 1700 se formalizó su voluntad en este sentido, y nombró una Junta de Gobierno hasta que su sucesor accediese al poder. La misma estaba integrada por la reina, Portocarrero, los presidentes de los Consejos de Castilla, de Aragón, de Italia y de Flandes, el inquisidor general, el conde de Frigiliana como representante del Consejo de Estado, y el de Benavente, en representación de la grandeza.
Portocarrero sería la pieza clave y estaba acompañado de dos señalados austracistas: el inquisidor general, don Baltasar de Mendoza, y el conde de Frigiliana. A la reina se le asignó una pensión anual de cien mil doblones y el señorío de la ciudad donde quisiese residir.
Tres semanas más tarde, el 1 de noviembre, fallecía.,el último de los Austrias españoles. Una dinastía que había llevado a la monarquía hispánica a un esplendor difícilmente igualable y a la ruina más espantosa.
Aquel mismo día se hizo público el testamento real en presencia de toda la representación diplomática acreditada en Madrid. Blecourt y Harrach esperaban impacientes, el duque de Abrantes se dirigió al segundo para decirle maliciosamente: “Sire, es un placer, es un gran honor para toda mi vida, Sire, despedirme de la ilustrísima Casa de Austria”.
Despejada oficialmente la incógnita que tantos quebraderos de cabeza había dado a políticos y diplomáticos de media Europa, los acontecimientos se sucedieron con rapidez. Portocarrero comunicó la noticia a Versalles, solicitando la aceptación de la Corona para el duque de Anjou y en Madrid se hicieron rogativas con este fin. Dicha circunstancia pareció poco digna a muchos. Daba la impresión de mendigarse por un rey en lugar de ofrecerse una herencia.
Mientras, ingleses y holandeses esperaban la decisión de Luis XIV y le recordaban el compromiso adquirido en el Tratado de Partición hacía unos meses. En Viena la indignación era absoluta; se creía o, al menos así lo afirmaban, que el testamento era falso y que se había violentado la voluntad de Carlos II, y se negaban a aceptar su contenido. Se amenazó con la guerra. En París, Luis XIV aceptó el testamento a favor de su nieto y el 17 de noviembre le presentó en la corte como Felipe V de España.
Inglaterra y Holanda se sintieron burladas y el monarca francés fue tachado de felón y falto de palabra. Una abundante literatura, de tonos insultantes hacia el Rey Sol, circuló en abundancia. No obstante, ambas potencias reconocieron a regañadientes al nuevo soberano.
Los resquemores, sin embargo, estaban a flor de piel y el emperador atizaba los ánimos de los holandeses, que se sentían más amenazados que nunca, desde que en el reinado de Felipe II iniciaran la lucha por su independencia, con un Borbón en Madrid. Guillermo III reunió el Parlamento inglés para que se analizase la situación y Leopoldo I convocaba a la dieta imperial en Ratisbona, con la finalidad de que el imperio declarase la guerra a los Borbones.
En Versalles se decidió que la salida de Felipe V hacia España no debía demorarse. Partió el 4 de diciembre, y el plan de viaje contemplaba cuarenta y un días hasta llegar a la frontera española y veinte días más para entrar en Madrid, lo que se produciría el 5 ó 6 de febrero.
Autor: cosmos12
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